Por Nicanor Escudero Fuentes
Estudios prolongados de la filosofía, de diferentes corrientes o tendencias, han confirmado hasta la saciedad que, la verdad es aquella que armoniza con los hechos o se aproxima a ellos y la mentira por el contrario es aquel discurso que consciente o no se aleja de los mismos. El escenario de La Habana, Cuba, no dejó de ser una comedia donde concurrieron las ‘Lumbreras y los Nobeles’ que hicieron del escenario una comedia de la politiquería y de falsas promesas económicas, las cuales no tienen la mínima intensión de resolver la crisis socioeconómica por la que atraviesa el país, desde los inicios del siglo pasado y que el presente siglo parece incrementar la desesperanza de los pobres nacidos y que habitan en Colombia. Ahí no se habló del oscurantismo económico del siglo XX y los caminos por transitar en el siglo XXI. El estudioso e investigador colombiano José Silva Colmenares, quien no fue convocado a los diálogos, en su libro titulado ‘La Salida’ nos dice “se necesitan ideas–fuerza que nos permitan construir un nuevo paradigma; el desarrollo humano en condiciones de libertad y felicidad”. Parece una utopía, pero es la única forma de pensar seriamente la Colombia que se quiere y se sueña para el presente siglo. No se discutió sobre cómo sacar de la pobreza a casi el 50% de los colombianos que ha crecido de tal manera, que para muchos críticos ya es una endemia social en el país, y, si se pensara en los cambios cualitativos que en esencia son los que pueden transformar las viejas estructuras económicas, se tendría la necesidad de crear un nuevo Estado y una nueva sociedad para transitar los empinados senderos del siglo XXI. La pobreza en el país no solo vive en la zona rural también habita en la zona urbana; cada día hay más pobres y cada vez menos ricos, dónde se concentra la riqueza que producen los pobres del campo y la ciudad que viven en Colombia.
En La Habana no se discutió sobre los problemas macroeconómicos ni mucho menos sobre sus causas estructurales; tampoco se habló de la posibilidad de una economía democrática para tener una verdadera conectividad y competitividad y que el Estado construya estrategias y políticas en beneficio no solo de los sectores más vulnerables sino de esa clase media que día a día se empobrece más y más. Esto no es otra cosa que estrategias excluyentes generadas en la primera década del siglo pasado que impidieron la construcción de un Estado para el bienestar social, dando paso a la tercerización y privatización de todos los bienes y servicios públicos, incluyendo la privatización estatal. No se tocó para nada, pero tampoco se habló de la internalización de la economía ni de la globalización del mercado. Entonces, ¿cómo se va a salir de la crisis? Afrontar esta realidad no es tarea fácil ni mucho menos hacerla con una educación de calidad, cuestionada por Dios y por el diablo, en palabras castizas criticada por todos; que ha frenado las verdaderas habilidades de todos los aprendices con desagradables condiciones del entorno, con viviendas inhumanas. ¿Así se podrá enfrentar exitosamente la globalización que está en andadura? Con un capital humano pobre y maleducado es muy difícil hablar de prosperidad y bienestar, hablar de felicidad, libertad y dignidad. Parece que los economistas de la burguesía no debieran hablar de la mundialización de la riqueza sino de la mundialización de la pobreza, porque esta es la realidad mundial, pero también la realidad latinoamericana y por ende nacional. Las políticas macroeconómicas de la burguesía no han servido para mejorar las enormes desigualdades entre poquitos ricos y la inmensa población invadida por la pobreza.