Por Fredy González Zubiría
“Yo te nombro desde este momento, cacique de esta comunidad”. Dijo el negociador con voz solemne, señalando a un joven wayuú que tenía al frente. El tipo se creía rey de España para otorgar títulos. Ese fue uno de los últimos disparates sucedidos en comunidades indígenas de La Guajira, en medio de las tantas negociaciones, arreglos y consultas previas que se están adelantando en todo el Departamento. Este año se cumplen 20 años de la sentencia SU-039 de 1997, que señaló los parámetros para la realización de las consultas previas con los grupos étnicos del país. Es necesario evaluar los resultados de este mecanismo, entre otras, si ha cumplido su objetivo primario, como es el derecho de las comunidades a tomar sus propias decisiones. La consulta previa ha quedado reducida a un trámite, que en la práctica es un negocio: llegar a un acuerdo económico para un visto bueno. Lo que se hace es la compra de derechos culturales y patrimoniales a las comunidades indígenas. Los funcionarios de los ministerios de Medio Ambiente y del Gobierno siempre están del lado de la empresa, de los compradores. En La Guajira, la consulta previa se ha degradado. Ha causado un impacto negativo a la sociedad y cultura wayuú; han perdido territorios, fuentes de agua, se han profanado cementerios, dividido familias y provocados conflictos interclaniales. Las ofertas jamás apuntan a resolver los problemas de fondo. Un ejecutivo llegó a preguntar cuántos carretes de hilos necesitaban para la autorización del paso de la interconexión eléctrica entre Riohacha y Maicao. El wayuú le dijo: “Nosotros no le hemos pedido hilo, queremos energía eléctrica para la comunidad”. La respuesta fue: “Eso si no podemos”. La consulta previa como se lleva en la actualidad, ha provocado en varias rancherías especies de ‘golpes de estado’ a las autoridades tradicionales wayuú por parte de miembros más jóvenes que desean ser ellos los negociadores. Este mecanismo está carcomiendo la estructura social wayuú. Llegan a una comunidad en estado de indefensión, a veces azotada por el hambre o la tuberculosis, a ofrecerles el equivalente de un mes de salario de un alto ejecutivo de la empresa. Es una infamia. Las 350 full de carretes de hilo o de alambre de púas son los espejitos de este siglo. Luego de la firma de la aceptación, el proyecto genera empleo y mejora la calidad de vida de decenas de bogotanos y barranquilleros, mientras que los wayuú empiezan a descubrir que perdieron algo que jamás van a volver a recuperar. Así la consulta previa se convierte en condena posterior. Llegaron los nuevos conquistadores. Y cada uno tiene su Malinche.