Como en el resto de Colombia, también existe en el departamento de La Guajira, en la península más septentrional de Suramérica, al norte del país, en la cabeza del mapa, ese grupo poblacional de los nadie y las nadie.
Expresión que está muy de moda ahora en esta coyuntura que inicia el gobierno del presidente Gustavo Petro y el Pacto Histórico, y que la hizo muy popular la vicepresidenta Francia Márquez con su lenguaje tan peculiar.
Son los nadie, los hijos de nadie, los dueños de nada. Son ellos los ningunos, los que se mueven en los afanes de la vida por el pan, porque quien no lo suda, no lo come. Son los que viven en la inmunda, muriendo lentamente, jodidos y rejodidos y que no son nada, aunque sean alguien.
Son ellos, los que no hablan un idioma, sino un dialecto. Los que con sus manos prodigiosas no hacen arte, sino artesanías. Esos mismos, que no practican cultura sino folclor. Son los nadie y las nadie de La Guajira, muchos de los que no figuran en los registros y subregistros de la base de datos estadísticos, y a veces, son sepultados en cementerios indígenas, porque como racimos podridos del árbol de la vida se han ido cayendo por falta del mínimo vital de agua y alimentos en la zona árida del desierto.
Son los nadie y las nadie de la Península, los que viven en medio de un estado de cosas inconstitucionales declaradas por la Corte Constitucional sin que, hasta la fecha, se les garantice sus derechos fundamentales para vivir dignamente.
Son los nadie y las nadie, esa mayoría abrumadora de La Guajira que dio un golpe de opinión por su reivindicación. Esa misma que dividió el mapa político-administrativo, la sociedad y las familias para que las cosas cambiaran de una vez por todas y para siempre en el departamento.
Son ellos, los que esperan un gobierno justo e incluyente, donde por fin quepan los nadie y las nadie, con sus diferencias y coincidencias, con el resto de la nación en el mismo propósito de país.
Son los nadie, los indígenas de La Guajira que tienen todo y no tienen nada, esa cultura milenaria, que aún vive quemando carbón vegetal y pescando en la playa para el sustento.
Son los nadie de La Guajira, los que tuvieron que incursionar en el contrabando y la marimba en busca de nuevos horizontes para que le cambiara la cuchara y poder educar a sus hijos para el trabajo.
Son los nadie de La Guajira, esos que viven en la otra Colombia, en el otro país marginado y olvidado, anclados como un buque a orillas del caribe colombiano. Esos mismos que se movilizan a través de una telaraña de caminos de herradura en el norte, que le llaman trochas, porque la red terciaria no está conectada con el resto del caribe y el país, y viven aislados, a merced de su propia suerte.
Ahí está esa población de los nadie de La Guajira, que sobrepasa a los seiscientos mil habitantes que viven en la marginalidad y las trampas de pobreza, esperando el estado social de derecho que alumbre su oscuridad.
Allí están los indígenas wayuú, los koguis, los wiwas, los arzarios, los arhuacos y los afrocolombianos con mucha pertenencia étnica, que esperan que el estado los tenga en cuenta.
Aquí están los nadie, “donde no hay colegio pal estudio ni hospital pa los enfermos, todavía andamos en burro y en cayuquitos de remos”, como dice la canción del cantor de los indios.
Pero el pueblo de La Guajira hoy siente que se levanta con el pie derecho en cada amanecer y vuelven a soñar de esperanzas. Todos o muchos de nosotros, no puedo precisar ahora, también nacimos en la sociedad de los nadie y las nadie, y estamos convencidos que, sólo la inversión de esfuerzos y recursos en la sociedad del conocimiento, es la que le permitirá a La Guajira estudiar y prepararse para enfrentar los retos de hoy.
Eso esperamos del Gobierno nacional, que voltee la cara para La Guajira. Que La Guajira sea integrada al modelo de desarrollo nacional. Que sea declarado el estado de emergencia social y económica y se conjure este estado de cosas inconstitucionales que nos envilece y nos tiene postrados y con el rostro fruncido por la desesperanza. Que los nadie y las nadie de La Guajira vuelvan a soñar y a sonreír.