Por Roger Mario Romero Pinto
“En realidad es un término y una definición, inconexos, pero que a raíz de la buena nueva también se hace vital conocer el nuevo estado civil que incurre un progenitor”
Aunque vienen a mi mente situaciones particulares, es propicio el momento para escribir sobre dos expresiones que al final no se encuentran, ya que una es motivo de alegría y la otra de dolor humano.
Primero nos referiremos a la noticia emitida hace unos días, en donde la Real Academia Española (RAE) va a incluir el término “vallenato” en su repertorio, el cual cayó como anillo al dedo para mencionar aquellos insucesos que aún en nuestro vocablo carecen de nombre o inclusive, de alguna definición.
Ya sabemos que desde el próximo diciembre la caja, guacharaca y acordeón sonarán en el Diccionario de la RAE. Eso, sumado al reconocimiento que la Unesco en 2015 otorgó como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, logra salvaguardar las costumbres y la raíz vertebral de la música vallenata.
Por mucho tiempo estábamos esperando esta decisión proveniente de la península ibérica para que quedara en la posteridad dicho vocablo, llamado coloquialmente como el género musical que nos distingue en gran medida a los costeños y porque no decirlo, a los colombianos ante el mundo.
Siempre se discutió acerca de la procedencia de la música de acordeón pero creo que ha quedado zanjado el debate por nuestros académicos que atinan en manifestar el lugar de su cuna la cual se erige desde la Provincia de Padilla y que, ha tenido desarrollo en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, la Serranía del Perijá y el río Ranchería, llegando a cada municipio con sus particularidades, lo cual implica una suma de intenciones, para llegar a un todo conocido en el mundo como vallenato.
A pesar de su importancia cultural y folclórica, si se hacía necesaria la inclusión de la terminología a fin de darle un nivel académico necesario y como dijo el maestro Andrés Beleño que representara un aporte muy sensato.
¡Enhorabuena! Que se siga valorando lo que a muchos impulsores y juglares les ha costado sudor y lágrimas, del ritmo musical que más ha prestado sus canciones para ser grabadas en otros idiomas.
Pero si bien la música de acordeón encontró respuesta al clamor regional, resulta que hay otra palabra la cual aún desconocemos los seres humanos y que hace necesario el análisis por parte de la RAE y su pronto esclarecimiento.
Cuando fallece nuestra esposa o esposo quedamos viudos, cuando mueren nuestros padres somos huérfanos y aún la RAE, no ha dado para descifrar el estado que queda un padre o madre cuando fallece alguno de sus hijos. ¿Cómo se llamara? No sabemos, sin embargo quienes han transitado por esos episodios manifiestan que es un dolor tan inconmensurable que no tiene nombre. Sólo puede ser sobrellevado con el amor de Jesucristo, familiares y amistades.
Lo anterior encuentra sustento en que los hijos son quienes en el corazón de sus padres ocupan el lugar de máximo amor.
Piedad Bonnet en su libro relata con sentimientos desgarradores y sinceros, lo que no tiene nombre.
En realidad es un término y una definición no definida, inconexos, pero que a raíz de la buena nueva también se hace vital conocer el nuevo estado civil que incurre un progenitor por la pérdida de su prohijado.