Los primeros capítulos de la novela biográfica de Leandro Díaz, el compositor que le cantó a la naturaleza, al amor en tono romántico y sublime y quien, con sus canciones llegó a ser uno de los principales referentes del buen vallenato, prometen un éxito arrollador.
Es indudablemente una producción muy bien lograda por el Canal RCN, con un elenco grandioso y atención en todos los detalles: tomas aéreas, edición y puesta en escena con una excelente fotografía; locaciones únicas de nuestro gran País Vallenato, además de una musicalización cargada de poesía, propia de la obra de nuestro Homero Vallenato, quien se caracterizaba por narrar una historia cotidiana en cada pieza, que es lo más valioso que siempre tuvo el folclor vallenato, historias cantadas con melodías preciosas. Leandro es uno de los tres mejores compositores de la música vallenata, junto a Gustavo Gutiérrez y a Escalona, quienes consolidaron un movimiento que nos dejó un magnífico legado como región y es necesario conservarlo como un tesoro.
Si algo catapultó la novela Escalona fue la actuación de Carlos Vives, quien de paso encontró el rumbo de su carrera casi perdida. Hoy volvemos a ver una novela que merece ser destacada, más aún, después de dos fracasos, como fueron las producciones de Diomedes Díaz y Rafael Orozco, historias desperdiciadas por la falta de calidad, principalmente en actuación de sus protagonistas. En Leandro, vemos una novela llena de matices con una historia de vida que enternece, cargada de las fuertes vivencias de un niño ciego, rechazado por su padre por su condición; pero adorado por su madre, quien nunca permitió que lo maltrataran y lo formó con un alma resistente, como el cardón guajiro, para medírsele a los retos de un destino hostil, alguien que a fuerza de talento e inspiración fue derrotando los tropiezos que la vida le fue presentando. Es una lección para muchos padres que no aceptan a sus hijos por algún tipo de discapacidad o condición; la gallardía de Leandro debería inspirarnos a continuar con nuestros sueños, a no amilanarnos, a vivir como Dios nos creó, a ser tolerantes y humildes, pero también a enorgullecernos con los logros y triunfos que cada persona, de alguna manera, conquista en la vida. Leandro no solo triunfó por sus canciones, triunfó por enfrentarse y ganarle a la vida dando ejemplo; un hombre resiliente que creyó en él y siempre tuvo una canción para cada momento que lo hacía vivir al máximo.
La actuación de Silvestre Dangond merece un capítulo aparte, es sencillamente extraordinaria, porque además no se trata de cualquier papel, está representando a una persona invidente, esta interpretación requiere dominio del espacio, una gestualidad especial y un manejo que Silvestre, a pesar de no ser actor de formación, ha logrado encajar, creando un personaje único en el universo vallenato, confiriéndole la identidad que solo tenía el juglar de Hatonuevo, con expresiones típicas de nuestra provincia que él domina y proyecta muy bien, con esa picaresca innata de los nacidos en esta región. El cantante de Urumita nos demuestra con maestría que cuando asume un reto y no se desvía por las ramas, es el mejor. A Silvestre Dangond, así como antes le critiqué alguno de sus álbumes por no hacer vallenato y dedicarse al reguetón o por sus escándalos ajenos a la música; ahora me le quito el sombrero, porque nos muestra otra faceta del artista integral que es y que siempre sorprende, todos tenemos que agradecerle por esa actuación que enorgullece, que deja en alto al folclor vallenato y le apunta a recuperar el rumbo perdido de nuestra música. Desde Escalona se había perdido, en las producciones seriadas, el sentir del vallenato raizal.