Desde 1889 el primero de mayo de cada año ha sido de celebración por parte de los trabajadores y organizaciones laborales y sindicales en la mayoría de los países del mundo. La primera celebración de este día en Colombia fue en 1914.
En general, es una jornada de conmemoración reivindicativa de los trabajadores y de homenaje a los mártires de Chicago, que resultaron de la revuelta de Haymarket en la lucha por la consecución de la jornada laboral de 8 horas del año 1886.
Este año el presidente Petro aprovechó la oportunidad del final de las movilizaciones que se realizaron en el marco de esa celebración del día internacional de los trabajadores, o día del trabajo, para reiterar sus habituales mensajes de odio y lucha de clases, alimentando la polarización entre los diferentes sectores sociales, étnicos y populares, y la, según él, “jauría de privilegiados” del país que razonablemente se oponen a sus propuestas de reformas que quiere imponer sin un riguroso análisis de impactos y consecuencias y sin una necesaria concertación.
En una actitud desesperada y al mismo tiempo desdeñosa con las instituciones democráticas, como lo son los partidos políticos y el Congreso, que desnuda su personalidad, más allá de pretender autocalificarse en el mismo nivel de Simón Bolívar, López Pumarejo, Gaitán y el general Melo, el presidente Petro amenazó a los colombianos con “una revolución” si se coartan sus reformas. Insistió en que el gobierno necesita el poder popular de su lado y se preguntó si “ha llegado la hora de que el pueblo trabajador tome decisiones, no que simplemente proteste, sino que se decida gobernar con las mayorías de un pueblo movilizado”
Lo que no precisó Petro en su discurso, interrumpido frecuentemente por su incesante tos, es en qué consiste y cuál será el destino final de esa revolución: ¿será como la que llevó al pueblo cubano a la situación actual de pobreza en la que los trabajadores no pudieron celebrar su día este 1 de mayo por falta de combustible para transportarse hacia “la plaza de la revolución”? o ¿será una revolución semejante al “estallido social” ocurrido en Colombia en abril 2021, liderado por la conocida “primera línea”?
Con respecto a este último hecho, violento y destructor de la infraestructura y economía del país, en una clara estrategia de comunicaciones del gobierno nacional para amedrentar al Congreso y a los colombianos, mientras Petro se mostró orgulloso al mencionar que gracias a ese movimiento él estaba ahora en la presidencia, simultáneamente en la marcha de Cali la vicepresidenta Márquez arengaba vivas a la “primera línea”. Con el subliminal cierre del discurso de Petro “los invito a estar en primera línea por las transformaciones sociales” quedó develada su verdadera estrategia y su preferencia por las acciones violentas que atemoricen a los opositores sus propuestas. Una evidente demostración de su incapacidad para gobernar y de su gran habilidad para llevar al país por la senda del caos.
En dos grandes errores incurre actualmente el presidente Petro: creer que tiene el apoyo y control del pueblo y de “la calle”, cuando las encuestas indican contrariamente que su nivel de aprobación continúa bajando; y creer que por haber triunfado en las elecciones presidenciales (con poco margen relativo) todas sus ideas y propuestas deben ser aprobadas como él quiere.
Esas creencias pueden continuar llevándolo al fracaso como gobernante, arrastrándonos a todos los colombianos a una situación similar a la que padecen varios países que han sido gobernados por ideologías similares.
Ojalá el Congreso mantenga su dignidad y su autonomía constitucional en esta coyuntura de nuestra democracia.