“Ha terminado la primacía de las élites; las masas, liberadas de la sujeción de aquéllas, han irrumpido en la vida de manera determinante, provocando un trastorno profundo de los valores cívicos y culturales y de las maneras de comportamiento social”, dice impertérrita la voz liberal de Vargas Llosa en su libro “La llamada de la tribu”, al referirse a la obra “La rebelión de las masas” de su filósofo y maestro José Ortega y Gasset, para luego fríamente sentenciar: “es parte de una intuición genial y exacta, que permitió identificar uno de los rasgos clave de la vida moderna”.
Esta factura, que la humanidad aún le está pagando al Diablo, ciertamente Ortega y Gasset la describió lleno de pánico hace cien años en la ‘La rebelión de las masas’, temiendo que el pueblo español, como en efecto sucedió, se revelara contra la tiranía de la dictadura militar de corte fascista de Miguel Primo de Rivera, y que efectivamente lo hizo abdicar en favor de la Segunda República, que luego terminó en el baño de sangre de la Guerra Civil Española, que dio paso enseguida a la dictadura franquista, y dijo así.
“La muchedumbre, de pronto, se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social, es ella el personaje principal. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones y culturas.
Ortega y Gasset fue tachado no pocas veces de elitista, lo cierto es que sentía una desconfianza parecida al desdén por el populacho a quien llamaba hombre-masa, y que definía como: “el hombre previamente vaciado de su propia historia, sin entrañas de pasado y, por lo mismo, dócil a todas las disciplinas llamadas «internacionales». Más que un hombre, es solo un caparazón de hombre que carece de un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo que no se pueda revocar. De aquí que esté siempre en disponibilidad para fingir ser cualquier cosa. Tiene solo apetitos, cree que tiene solo derechos y no cree que tiene obligaciones.
Pero Ortega también identificó otros males profanos de España: la pobreza intelectual y política de su nobleza, la mediocridad e incultura de sus políticos carecían de formación técnica e intelectual, con irritas dosis de formación humanística y jurídica, que otorgaran un sello de intelectualidad a la política española, amén de la orfandad de sus hombres de ciencia.
Moraleja: El diablo también les enredó las pasiones a los colombianos, y les mató la razón. Y la factura que les está cobrando en estos momentos también es alta, pero contrario al pensamiento de Ortega, debemos preocuparnos por adentrarnos en el “caparazón del hombre masa”, educarlo y proveerlo de “un «dentro», de una intimidad suya, inexorable e inalienable, de un yo”, que se pueda reivindicar. Y, de acuerdo con el eminente filósofo español, elegir hombres y mujeres que le den más altura e intelectualidad a la política colombiana, amén de darles visibilidad a los hombres de ciencia de esta gran nación. Solo así podemos mandar al Diablo y a la Llorona loca de Tamalameque para sus infiernos.