A raíz del fallecimiento del acordeonero villanuevero Egidio Cuadrado se hizo por los medios de prensa escritos, radiales, televisivos y redes sociales locales, regionales y nacionales un plebiscito póstumo por su aporte al vallenato moderno, pero representando con su acordeón la tradición de esa música provinciana.
Alguna tendencia de opinadores sentenciaron y pontificaron que con la partida de Egidio Rafael, moría la provincia como expresión folclórica de un territorio sonoro con una identidad cultural muy propia y particular de la cual se nutrían, nutren y se nutrirán cada vez más los cantautores de la capital del departamento del Magdalena en una relación histórica de dominación centro – periferia, como lo demostramos con los resultados de las dos investigaciones que presentamos en sendos libros que lanzamos en el mes pasado de septiembre en Villanueva (‘La dinastía Fernández en la memoria musical de la provincia vallenata’) y Santa Marta (‘Memoria musical de la provincia en el Magdalena grande’).
Con la muerte del paisano y rey vallenato en 1985, se cierra un ciclo para la provincia y se abre otro que puede ser vicioso o virtuoso. Ojalá que sea en este último sentido.
Como el municipio provinciano de Villanueva está de moda por la reciente situación luctuosa derivada de la partida de Cuadrado Hinojosa, otro dos villanuevero han dado de qué hablar desde cuando la organización privada del Festival de la Leyenda de la Virgen del Rosario los decretó Reyes Vallenatos Vitalicios junto con otros siete nominados.
Nos referimos a la reacción de Andrés ‘El Turco’ Gil y Emiliano Zuleta Díaz. El rey del disonante manifestó que no es partidario de reconocimientos, incluso afirmó que “no me emociona ser rey vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata”. Aseguró que prefiere apartarse de esa lista de homenajeados, porque “Yo ahí me siento chiquito”.
Emiliano Alcides Zuleta Díaz fue mucho más radical en el rechazo sistemático a esa coronación, justificando su posición con tres razones: Primera, afirmó que “Nunca en la vida quise ser rey vallenato. “Después de 65 años de carrera, siento que hice lo que debía hacer y lo hice bien. “Segundo, no me gustan los homenajes, ni las estatuas”. Prueba de ello, es que de los 11 bustos que están en la glorieta en la salida de Villanueva, no está la que debería corresponderle. Y tercero, fue reiterativo en que “llevo 5 años de haberme retirado de la música. Me retiré hace cinco años en pleno apogeo, con todas mis capacidades musicales e intelectuales intactas”.
La anterior decisión la pude confirmar hace dos años, cuando tuve un encuentro ocasional con ‘Emilianito’ Zuleta Díaz, en Urumita, promovido por el doctor en cirugía plástica y reconstructiva José Carreño Bolaño. En esa ocasión, le escuché que su retiro de los escenarios era definitivo. Afirmó categóricamente que se negaba a presentarse en público así le ofrecieran pagarle mil millones de pesos.
No es, como escribiera un periodista, que la actitud de ‘Emilianito’, al renunciar a ese reinado musical de por vida, era un acto de ‘rebeldía senil’. No es un ‘berrinche’ como se dice en la provincia; no es manifestación de un estado de decrepitud por sus 79 años.
Es una posición totalmente consciente y responsable derivado de sus principios, particularmente, el de ser coherente con lo que se piensa, se dice y se hace, que tanta falta nos hace en esta época en donde lo que predomina es la feria de las vanidades, lisonjas, egos y narcisismo que manipulan a su antojo los que se han apropiado del negocio del género vallenato.
La lección que nos deja el ‘Turco Gil’ y ‘Emilianito’ Zuleta Díaz, al declinar ser reyes vitalicios vallenatos, es a no renunciar a rebelarse contra las prácticas de venderle el alma al diablo para ser reconocidos y premiados por las organizaciones que se apropian del poder de escoger quienes deben ser los elegidos y elegidas en tanto se acomodan a sus intereses particulares.
No hay que comprar a ningún precio los homenajes, títulos o pergaminos. Hay que saberse retirar con dignidad por la puerta grande y no prestarse a esos espectáculos bochornosos de decadencia en un arte, oficio o profesión. En últimas, el compositor (a), intérprete, músico, artista se debe a su pueblo, a su gente, a su comunidad, a su base primaria, sin necesidad de intermediación alguna.