Lo que hoy se conoce como música vallenata, igual que todo organismo vivo, no se creó por un soplo divino. No fue así. La música vallenata tuvo sus orígenes, y una evolución qué, entre otras cosas, no ha parado.
La cuestión es que, dentro de este contexto, bien vale la pena estudiar a la familia Durán Díaz, pues se me antoja pensar que sus miembros bien pueden ser un eslabón perdido que explique de cierta manera la inserción y fusión, o dicho de otro modo, el aporte que la música negra africana –léase bailes cantaos– hicieron a lo que hoy conocemos como música de acordeón del Caribe colombiano, para no solamente referirme a los cuatro toques clásicos que rigurosamente exige la estricta competencia de acordeoneros en el Festival Vallenato.
El asunto es que esa familia, genéticamente negra pura, descendiente de esclavos coloniales, y después libertos por la nobleza agraria costeña de mayorazgos y marquesados, como los herederos de la hacienda Las Cabezas, afincada en El Paso; desde el abuelo Juan Bautista Durán, compositor y tocador de pito traverso, el papá Náfer Durán Mojica, quién antes de poner los dedos en el acordeón fue un gran tamborero, y la mamá Juana Francisca Díaz Villareal, cantaora que llevaba la influencia de gaitas y tambores en la medra de su ADN, fueron todos, cultivadores, tocadores y cantaores de bullerengues, pajaritos, chandés, cumbias y tamboras, así lo dice Ricardo Gutiérrez Gutiérrez en su crónica ‘Pedazo de acordeón’ y la periodista Guiomar Guerra Bonilla en ‘Amores y aventuras de Alejandro Durán Díaz, el Negro Alejo’.
La depresión momposina
Es el territorio exquisito, y por antonomasia, de la tambora, el chandé y la cumbia; ubicado en el corazón fértil, anfibio y lacustre del Caribe colombiano, dónde estos aires coexisten y se superponen espacial y temporalmente, sobretodo en su esquina nororiental –que incluye a El Paso, Mompox, El Banco, Chiriguaná, Chimichagua, Tamalameque–, con lo que la inmortal ‘Cacica’ Consuelo Araujo llamó el “vallenato bajero”, cuando escribió lo siguiente:
«El mapa del vallenato bajero se forma con casi todo el actual departamento del Magdalena, en especial las zonas central, occidental y sur, donde se hallan ubicados los pueblos del río: Tenerife, Plato, El Difícil, El Banco, y otros que, como Mompox y Tamalameque, aunque pertenecen a Bolívar y Cesar, respectivamente, hacen parte de la Escuela del Vallenato Bajero, que se completa con el sector occidental del departamento del Cesar, en el cual quedan incluidos Chimichagua, Chiriguaná, El Paso, Rincón Hondo y Caracolicito.
(…) Pero, si bien en los sitios enunciados se cultivó la escuela bajera, han sido los pueblos del río y, más hacia el sureste, El Paso y sus alrededores, donde mayor arraigo tuvo y sigue teniendo el vallenato bajero. Fieles intérpretes de este estilo (que en ‘Pacho’ Rada, Ángel Paso, Horacio Jiménez, Alberto Almendrales, el ‘Ñato’ Ventura y otros célebres músicos ribereños halló a sus más destacados exponentes) han sido Abel Antonio Villa, Alejandro y Náfer Durán, Juan Polo Valencia y el inédito Antonio Altamar, que tiene a la fama esperando por él».
Pues bien, este mapa del vallenato bajero es el mismo de la tambora y del chandé, lo cual me lleva a pensar — aunque sea de una forma tímida–, qué fueron estos hombres de la escuela bajera los que hicieron posible que muchos elementos de los bailes cantaos hicieran metástasis a la música de acordeón del gran Caribe colombiano.
‘La candela viva’
Estas tamboras, que no fueron compuestas por Alejo, igual que casi todos los bailes cantaos tradicionales, son puro folclor; es decir, no tienen autores definidos, son compuestos y cantados espontáneamente en caliente por el pueblo al son del ron y del mismo toque.
La mayoría de ellos son improvisaciones originadas en algún suceso a las que luego le van incorporando más letras hasta que de tanto dale y dale estructuran un canto.
Cuentan que ‘La candela viva’ fue originada en un incendio criminal qué recorría por el suelo las calles de El Paso, y que había sido provocado por unas manos oscuras que, aprovechándose de una noche negra, habían rociado gasolina.
Música negra raizal
Como hemos dicho, Alejandro Durán Díaz recibió por un lado la influencia musical de su raza negra trasplantada de África, pero, por el otro, fue presa del influjo, el alma y la magia del acordeón de su tío Octavio Mendoza ‘El Negro Mendo’, y de Pedro Nolasco Martínez, maestro del son y de la puya, y padre del gran Samuelito Martínez.
El canto y el acordeón de Alejo deben tener la influencia de su madre, cantaora de nostalgias y melancolías de su raza negra, esclavizada y traída a la gran América: ¡Qué fortuna la de esa desgracia, hacer de esa inmensa tristeza nuestra inmensa felicidad!