Aunque después de más de 2 años y medio se ha avanzado bastante en la superación la crisis originada por la pandemia, el pesimismo general de la población mundial ha continuado alto, con una visión negativa del estado de la economía y sus perspectivas de recuperación.
Cualquier ciudadano medianamente informado puede observar cómo el inusual incremento generalizado de los precios ha superado a la detestable invasión de Ucrania como principal preocupación mundial –a pesar de ser ésta una de las principales causas de la primera– y ha desplazado en gran medida al inédito Covid-19.
En ese contexto, los gastos de la mayoría de los hogares con ingresos medios se han concentrado, cada vez en menores cantidades, en las necesidades básicas como la alimentación, la salud, el transporte y la energía. Muchos se han visto obligados a eliminar o reducir al mínimo los gastos discrecionales y el ahorro. Pero lo más triste y conmovedor es saber que muchas familias vulnerables no han tenido opción distinta a la de reducir su precaria ración alimenticia diaria, incrementando el sufrimiento de niños y adultos, con las consecuentes muertes por desnutrición, tal como lo registran las noticias en todo el mundo.
La buena noticia, desde el final de la semana pasada, es que se ha comenzado a ver una tenue luz que alimenta la esperanza de millones de seres humanos en el mundo que han sufrido la pronunciada escasez de alimentos y una inflación galopante y empobrecedora. En efecto, en un hecho considerado como un avance diplomático, después de varias rondas de negociaciones, y luego de cinco largos meses de conflicto, Rusia y Ucrania firmaron en Estambul, en textos iguales pero separados, un acuerdo que permitirá en medio de la guerra la exportación de cereales ucranianos y fertilizantes rusos.
Ese acuerdo, firmado en la presencia del secretario General de la ONU y del presidente turco, genera algún nivel de confianza al presidente de Ucrania –aunque con Putin nadie puede hacerse ilusiones–, indudablemente contribuirá a aliviar la crisis producida por la menor oferta de cereales y fertilizantes, así como por los incesantes aumentos de los precios de la energía, especialmente del gas, que están afectando notablemente la estabilidad de los países europeos. Y no solo eso, los precios de la gasolina y el carbón térmico han llegado a niveles altísimos nunca vistos, exacerbando una espiral inflacionaria generalizada.
Es un paso fundamental para superar la actual inseguridad alimentaria mundial. Traerá alivios a los países en desarrollo que están al borde de una catástrofe humanitaria y a millones de personas que están siendo empujadas hacia una hambruna apocalíptica. Sin dudas, ayudará a estabilizar los precios de los alimentos, que comenzaron a subir aun antes de la invasión rusa a Ucrania debido a la mayor demanda originada por la rápida recuperación económica mundial después de la enorme caída de la producción global por las medidas implementadas para controlar la crisis generada por el Covid-19.
Según informaciones conocidas, la implementación del acuerdo se tomará algunas semanas, dada la necesidad de ejecutar algunas acciones logísticas y operacionales en ambos países en conflicto; ojalá se acelere su puesta en marcha y sea antes de que comience la nueva cosecha para propiciar su éxito.
Esta importante acción geopolítica debe complementarse con acciones efectivas de los demás gobiernos nacionales orientadas a mejorar la competitividad y sostenibilidad de la producción de alimentos en sus territorios, mediante convenios o esfuerzos colectivos regionales o multinacionales. En este contexto la cooperación multilateral es clave e indispensable. El Banco Mundial y la OMC, dadas sus razones de existir, tienen un rol de liderazgo clave en el impulso de soluciones en estos momentos tristes de la humanidad.