Por Hernán Baquero Bracho
Si existe una región de Colombia, donde por tantas décadas se ha practicado la política del avestruz, esa zona es La Guajira, porque como lo pone en práctica este animal de la fauna silvestre, que mete la cabeza en la tierra cuando el peligro lo acecha, aquí al contrario los dirigentes, los pseudo dirigentes, la gente del común y hasta los intelectuales, meten la cabeza en sus miedos para ocultar la realidad de lo que ha venido sucediendo quizás desde finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, como está registrado en los anaqueles de la historia por el investigador René de La Pedraja, cuando La Guajira era un dolor de cabeza para el país pero que hasta el día de hoy continúa esa misma cefalea en la dirigencia nacional y en la gran prensa que nos acosa y nos juzga de manera inclemente e impía.
Por tantos entuertos que han venido sucediendo desde esas calendas por esa cultura malsana que todos hemos aceptado como la política del avestruz, que nos ha hecho tanto daño y que para no mirar la realidad, todos nos hemos convertido en unos avestruces sombríos y hemos tratado de ocultar nuestras verdades y nuestras debilidades que nos han dañado tanto y nos han causado tantas dolencias desde el plano del crecimiento y del desarrollo que no hemos podido encausar, que al día de hoy se siente esa laceración de costumbres ancestrales, de odios, de venganzas, de miedos, de cultura mafiosa, de ilegalidad, de facilismo al no querer trabajar y obtener riquezas de la manera más tramposa, de indiferencias ante hechos notorios que no genera solidaridad y mucho menos unión entre todos nosotros.
De trampas en el día a día tanto en lo público como en lo privado, de rencillas políticas que cada día aumentan con la misma efervescencia y la misma pasión con que las enfrentamos y de rencillas familiares que no cesan como la inmarcesible noche pero sombría en los cuatro puntos cardinales de nuestra península, así como de convivir con el peligro a través de esa cultura extrema de vivir eternamente en la ilegalidad a través de la tramposidad, del eterno contrabando cruzando trochas físicas y espirituales que nos ha vuelto reincidentes en nuestra manera de pensar y de actuar.
Esa herencia ancestral de la política del avestruz es lo que en las décadas más recientes se ha convertido en la corrupción campante y alarmante que ha calado todas las instituciones y ha venido cabalgando de manera tramoyera a través de los caminos de la indiferencia y de la complicidad de todos nosotros que como el avestruz hemos preferido meter la cabeza en el hueco de la ignominia para no darnos cuenta de tantas atrocidades donde el más fuerte ha cabalgado como el rey Guajiro del desierto, ha bajado por las llanuras de las mismas pampas y ha permeado las exuberantes tierras de La Provincia de Padilla y todos nos hemos convertido en cómplices de nuestro propio subdesarrollo, de nuestro propio atraso y de ocultar tantos desacuerdos de funcionarios públicos que se han robado el erario de manera descarada y lo más grave después lo muestran y se lo enrostran a los más débiles y estos meten la cabeza por sus miedos en esa indiferencia ancestral para no ver lo que está sucediendo y ocurriendo en esta Guajira maltrecha pero bravía por tantos avatares que le ha tocado pasar en su historia desde su creación, desde su recorrido y desde su crecimiento a medias que como animales silvestres nos ha tocado darnos topetoropes con tantas falencias y tantos infortunios que nos ha dado el destino. ¡Qué horror!