“No somos seres humanos atravesando una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana” (Teihard de Chardin)
La pluma dorada en esta ocasión se viste de tristeza, “lloro en silencio mi madre tierra, soy de ti, como eres de mí, del poema Flor de cactus”, inspirada en el estado superficial en el que ha entrado el ser humano, debido a la desobediencia espiritual, ese estado que permite hacer metacognición e introspección de lo que moral y éticamente corresponde, sin embargo, esto ha quedado en un quinto plano, ya que primero ha sido satisfacer sus deseos de poder, de riqueza, de grandeza, de belleza y después viene Dios; un Dios al que creen mentirle, un Dios al que de rodillas se le pide perdón, mientras que se hace daño al otro y de paso a ti mismo. Esto te aleja cada vez más de Él. A veces se cree que luego de cometer actos bajos para llegar a lo que sueñas y al llegar vivirás sabroso, pero recuerda que la deuda con Dios es grande cuando te vayas y créelo, la vida te lo dice a diario, no te vas a llevar nada, de eso que tienes a montón. Tal vez el día en que te sepulten, ni siquiera el vestido que a ti te gustaba, te pondrán, usarás el vestido que le guste a quien tenga la tarea de hacerlo, por lo tanto, en estas cortas, pero muy sentidas líneas, que una humilde viviente quiere recordarte lo que ya sabes, y a lo que mil veces haces caso omiso.
“La espiritualidad no es adoptar más creencias y suposiciones, sino descubrir lo mejor que hay en ti”. (Amit Ray). Esto no se trata de que te vuelvas religioso, de ninguna manera, la idea es que te reconcilies contigo. Esto se hace, cuando empiezas a reconocer que Dios debe ser primero, que la vida la tienes prestada, por lo tanto, lo prestado se debe cuidar, pero sucede que esto se olvida y se cambia por afanes que se quedarán en el mundo y que desvían del propósito al que encomienda la escuela, llamada vida.
El ser humano se vuelve tan mezquino y egoísta que puede tener mucho y prefiere que se dañe, a darlo; puede tener la oportunidad de ayudar al otro, pero la envidia, la incapacidad lo ciega y lo lleva incluso a cerrarle al otro la oportunidad de ser y hacer.
Se puede ver el descaro de ocupar puestos competentes, sin estar apto para el mismo, pero no les interesa, interesa lo que se saque y gane de ahí, sabiendo que le hacen daño a todo un sistema. Personas que no hacen ni dejan hacer, que están pendientes a lo que aportas al cambio y al desarrollo, pero la misma envidia y rabia por su incompetencia, buscan que eso que tienen adentro, su miseria, el otro lo vea en ti, y lo más triste es que logra, además, acumular tantos bienes mal habidos, que a la final lo dejará ahí.
Al envejecer desearán también la riqueza espiritual, pero ahí no hay trampa que valga, con Dios las cuentas son claras, por eso en esta época es importante, reflexionar y decir, estoy para servir, ojo, lobo vestido de oveja, deja de hacerte trampa, todo se paga aquí mismo, empieza a ayudar, a servir y no servirte a ti mismo; báñate de amor, de solidaridad, no de hipocresía; a Dios no le gusta ser plato de segunda mesa.