El compositor Juvenal José Daza Bermúdez manifestó que su padre era oriundo de Corral de Piedras, corregimiento del municipio de San Juan del Cesar, y su madre de Patillal, Cesar. Hace la claridad que él nació en Corral de Piedras, pero se crió en Villa del Río, dos poblaciones vecinas a las que divide el río Cesar.
Los familiares y paisanos de estos bellos pueblos se lo pelean; nos dice ‘Juve’ que hace poco descubrió por medio de internet que, en España, en una región llamada Andalucía, existe un pueblo que se llama Corral de Piedras y otro que lleva por nombre Villa del Río, y que el gentilicio de estos últimos es villarences no villeros.
El 10 de abril del año 1948 nace este ecuánime, equitativo y recto personaje; quien confiesa que su niñez fue a lo natural, sin lujos, pero eso sí, rodeado de crías de chivos, cabras, y en el patio de su casa que era bastante grande, existía un corral de ganado donde ordeñaban vacas y podía saborear bien temprano la espuma con café acabado de hacer.
Su abuela Virginia Díaz Maestre se fue con su abuelo Francisco Bermúdez a vivir a Villa del Río luego que se casaron. Allá se fue con ellos el invitado de hoy a mi crónica. Su padre llevaba por nombre Juvenal Daza Cuello y su madre Alicia Bermúdez Díaz. Tiene 4 hermanos: Milton, Virginia, José María y Fanny Daza Bermúdez. Su esposa se llama Leo Marina Sánchez Ustáriz de Daza, de Sandiego, Cesar. Con ella trajo al mundo tres hijos: Juvenal José, quien es médico ginecólogo; Piedad Milena, estomatóloga cirujana oral, y Frank Leonardo Daza Sánchez, psicólogo. Es orgulloso abuelo de 5 nietos: Jeremías, Catalina, Tomás Alfredo, Juan Esteban y Tobías, a los que adora con todas las fuerzas de su corazón, son su continuidad.
Su infancia la disfrutó en Villa del Rio junto a sus abuelos maternos. Allí convivió con sus tíos, montando en burros. Se siente afortunado de haber nacido a orillas del río Cesar, rodeado de ovejas, caballos, vacas y gallinas. De ese paisaje hermoso que apreciaba todos los días nació la inspiración ‘Arroyitos de mi pueblo’. La compuso en Corral de Piedras, en La Villa la pulió y fue grabada años más tarde.
Aprendió a cantar y a vivir del pueblo, “pues las canciones son del medio ambiente donde uno se encuentra, el canto de los gallos, los pájaros, los caminos, recuerdo el caminito del puy, y uno que nunca olvido fue uno que permanecía inundado de con ‘gorochos’, (gusanos), los pisaba con mis guaireñas, eso fue parte de mi vida, esas escenas quedaron grabadas en mi mente. Años más tarde mi abuelo compró una finca por Urumita, y otra por Villanueva. Residió también en la tierra de las flores y calagualas”.
Desde su nacimiento se chupaba dedo y su abuelo preocupado por este desagradable hábito le pregunto un día: “¿Qué debo hacer para que dejes eso?”. “Fácil, le dije, regálame un acordeón”, recuerda Juvenal Daza Bermúdez y añade que nunca llegó ese instrumento a sus manos, le trajo fue una dulzaina o flauta. “Desde ese momento comencé a tocar de a pie y montado en los burros, me la pasaba tocando, los aburría con tantos pitos a toda hora”, rememoró.
Anotó que “con la violina inicié a componer mis primeros cantos. Cuando llegué a Valledupar nos residenciamos en el barrio Cañahuate. Allí se me abrió la mente, la inspiración, ingresé al mundo musical”.
Inició sus estudios de primaria en Villa Del Río y los culminó es San Juan del Cesar en la escuela urbana de varones. Es bachiller lopereno, promoción 1970, y con orgullo afirma que es el autor del himno del Colegio Loperena, ‘Un canto al Loperena’, lo tituló. Fue grabado por Armando Moscote.
Viajó a Medellín a estudiar derecho. Cursó solo un año, pues hubo una huelga y muchos disturbios que lo decepcionaron de la Universidad de Medellín, donde se matriculó. Además, la hermana que lo ayudaba se casó y Juvenal Daza decidió venirse a buscar trabajo para poder autosostenerse. Cuando volvió a Valledupar se le abrieron las puertas, fundó un colegio nocturno en el barrio Novalito y se reencontró con los amigos con los que antes había conformado un conjunto tocando la dulzaina o violina, y amenizaban las casetas de Carnaval. Allí estaban: Diomar Calderón, en la caja; Orlando Calderón, cantaba; José Hernández Maestre, el hijo de Patillal. También anduvo su hermano ‘El Chiqui’, y Edilberto Daza, que todavía no era compositor; Jorge Maestre, el escultor; y Nicolás Maestre, el autor de ‘El hachero’.
Se presentaban en las emisoras que existían en Valledupar en ese tiempo como Radio Valledupar, Radio Reloj, Ondas de Macondo, Radio Guatapurí, entre otras. Los acordeones en esa época no podían ser tocados en los patios; el conjunto de Juvenal, con su dulzaina, sí. Los únicos acordeoneros existentes en Valledupar en ese tiempo eran ‘Colacho’ Mendoza y Florentino Montero, pero sus toques eran restringidos,afirma Daza Bermúdez.
Su interpretación con dulzaina aparece registrada en la página 60 del libro de Daniel Samper, ‘100 años de vallenatos’, mas, no es resaltado como compositor, sugerencia que en una oportunidad le hizo Juvenal al escritor.
En la agrupación donde ‘Juve’ tocaba la dulzaina, la caja era sonada por Armando Moscote y no lo dejaban cantar porque tenía una voz muy gruesa.
Años más tarde apareció Armando con la orquesta Los Pica Piedras e inició con esta su carrera de cantante.
La primera canción, Juvenal Daza la compuso a la edad de 10 años. Se inspiró en sus hermanos Milton y ‘Chiquitín’. Fue una canción protesta, se identifica con esa línea. En ese momento también compuso ‘La turcutú’, y ‘La primida’. Fue Armando “El Tanque” Moscote, quien le grabó su primera canción, lleva por título: ‘Mi gran delirio’.
Luego, ‘Poncho’ Zuleta, con el acordeón de ‘Colacho’ Mendoza le llevó al acetato ‘Quejas lastimeras’, recuerda ‘Juve’, y quiso resaltar que cerca de su casa en el barrio Cañahuate vivía Petra Arias, ella contaba con un patio parrandero y se conoció allí con Freddy Molina, Gustavo Gutiérrez, ‘Colacho’, Abel Antonio Villa, Luis Enrique Martínez. Bebían y parrandeaban mucho. Ese ambiente lo favoreció. Se conoció con Aniceto Molina, Florentino Montero, Alberto Pacheco, inolvidable ese patio de la gran Petra Arias.
Desde 1969 inició su periplo de presentaciones al Festival Vallenato y logró triunfar muchos años después, exactamente en 1984.
Brotan lágrimas en sus ojos al recordar el vil asesinato de su padre, y asegura que si no se hubiera refugiado en la música quizás no sabe qué hubiera sido de él. Apaciguó sus deseos de venganza con sus canciones y el ambiente folclórico le ayudó a olvidar ese trago amargo.
Su canción ‘La espinita’, con la que ganó el Festival Vallenato, ha sido grabada en seis versiones diferentes. El primero que la grabó fue Pedro García, y la presentó en el Festival Freddy Peralta con el rey vallenato Eliécer Ochoa.
Una anécdota que cuenta Juvenal ocurrió con dicha canción, pues, Jorge Oñate le entregó $100.000, que era mucha plata en ese momento, para que no la entregara a otro. El Ministerio de Cultura, por otro lado, le hizo entrega de $50.000, y el gran Diomedes Díaz envió a su representante, Dagoberto Suárez, interesado también en la canción. Lo cierto fue que Jorge no la grabó y Juvenal no se la pudo entregar a Diomedes porque le había firmado un documento de exclusividad por dicha canción a Oñate a cambio de los $100.000.