Haciendo una analogía con una expresión muy popular en la jerga del ciclismo –que este mes también realiza una intensa actividad– tenemos que aceptar, sin resignarnos, que el candidato Petro, según los resultados de todas las encuestas hasta ahora conocidas, sigue escapado en las preferencias de los ciudadanos consultados en el contexto de la actual competencia electoral por la Presidencia de la República.
Esa favorabilidad coyuntural es una clara demostración de que su estrategia electoral le está dando los resultados buscados, en unas circunstancias complejas del país, con la que ha aprovechado hábilmente las inconformidades y frustraciones acumuladas de un segmento de la población colombiana, generadas por las limitadas oportunidades de ingresos y la consecuente insatisfacción de sus permanentes necesidades, lo que finalmente ha alimentado el discurso lleno de odios y de resentimientos sociales en contra del gobierno nacional, la clase política tradicional y los gremios económicos y empresariales del país.
En eso se fundamentan los mensajes clave que difunden el candidato, la mayoría de los otros aspirantes de su pacto y sus aferrados e ilusionados seguidores, con los que además estimulan una inconveniente y obsoleta lucha de clases.
Muchos colombianos tenemos razones de fondo para sentir una alta dosis de preocupación y temor con el candidato Petro. La principal, tal vez, son sus propuestas de gobierno, que aunque suenan atractivas para la población que no profundiza en ellas, en su mayoría adolecen de estructura y de rigor técnico, lo que las hace ver como utópicas en el contexto colombiano.
Otra razón, no menos importante, es la agresividad con la que sus seguidores atacan a los que no comulgan con sus planteamientos; con frecuencia lo hacen sin argumentos sino con irrespeto y vulgaridades. Es imposible no sentir temor con un eventual gobierno en el que esa sea la actitud generalizada, más aún si tempranamente afloran las frustraciones ante la insatisfacción de sus expectativas por la ineptitud de su líder.
A pesar de los comentarios de varios líderes y analistas políticos, en los que indican que el candidato Petro se ha mantenido en los últimos 8 años con un nivel de aceptación similar (27-30%), y según ellos ya alcanzó su techo histórico, es preocupante que esas mismas encuestas no hayan comenzado a reflejar una reacción apropiada en la amplia lista de precandidatos con otras tendencias ideológicas, algunos en coaliciones y otros solitarios, en las que surja uno o dos candidatos con la fuerza y las simpatías suficientes para aglutinar una mayor masa electoral a su favor, que contrarresten o frenen el hasta ahora andar victorioso de Petro. Por el contrario, parecen estar confundidos y ser poco creativos para cambiar el rumbo y buscar una unión sólida enfocada en ganar la elección presidencial. En varios momentos se han dedicado a confrontar entre ellos por diferencias subsanables, debilitándose aún más, en vez de construir conjuntamente ideas innovadoras que fortalezcan a un candidato con el potencial para ganar.
Los ciudadanos que conformamos la base de apoyo de esos precandidatos debemos vencer la apatía y poner en práctica nuestra capacidad de hacer proselitismo. Tenemos que hacer los aportes individuales necesarios que sumen al esfuerzo colectivo y permitan alcanzar y superar al candidato escapado.
Con ese propósito hay que contribuir a elegir un Congreso libre de corrupción, que tenga el liderazgo y la capacidad política para preservar la democracia y la fortaleza del modelo económico por el rumbo del crecimiento y el desarrollo social que genere más y mejores oportunidades para todos los colombianos.