La situación de Venezuela es cada vez más crítica y desoladora. Esta semana se consumó el fraude con el fallo del Tribunal Supremo de Justicia, un órgano sometido por el régimen que dio como ganador a Nicolás Maduro, sin mostrar una sola acta ni resultados por regiones, ni nada; un auténtico robo descarado.
Es una tragedia porque ya no hay más ambigüedades: en Venezuela se establece una dictadura con todas las letras y se convierte en la mayor amenaza que ha vivido Latinoamérica en muchos años, por todo lo que implica el tema social para los vecinos e ideológico, ya que la exportación de este modelo solo ha dejado crisis económica y división.
Pero, más allá de todo lo que pueda pasar, lo que sí es verdaderamente una vergüenza es el papel de cómplice que ha jugado el presidente de Colombia, Gustavo Petro en toda esta opereta de cuarta categoría, un verdadero áulico descarado de ese régimen, quien, junto a Lula de Brasil y López Obrador de México, han tratado, de todas las formas, de ayudar a Maduro para que se mantenga en el poder, violentando la democracia y el derecho internacional.
Lo de Petro es humillante para Colombia: un presidente que se precia de ser demócrata y que se mete en todos los temas de otros países, opina sobre lo que pasa en Perú, critica a Javier Milei en Argentina, defiende a Cuba con pies y manos, defiende la democracia en Guatemala, y a nivel mundial, sus temas preferidos, incluso por encima de lo que pasa en el Cauca y el Catatumbo, son la guerra entre Ucrania y Rusia y el genocidio de Israel en Gaza, donde ha sido protagonista de primer orden.
Pero, con el atraco descarado que acaba de hacer Maduro, más la represión brutal que vive la oposición, se queda miserablemente callado e insiste en que está buscando una mediación, que no es más que oxígeno, para que el dictador se afiance en el poder y mantenga el proyecto latinoamericano que inició Fidel Castro en Cuba y que continuó Hugo Chávez, con los nefastos resultados que saltan a la vista. Incluso se atrevió a decir que el sistema electoral venezolano era el mejor del mundo, pensando que los colombianos son todos fanáticos petristas que no piensan y que todavía los impresionan con espejitos. Mientras Gabriel Boric asume la posición de un verdadero demócrata que defiende las libertades y se preocupa por el pueblo venezolano, que vive sus peores horas, tanto en Venezuela como en el mundo.
A Petro no le interesa que en Colombia haya más de 3 millones de venezolanos viviendo situaciones verdaderamente dramáticas y que, con la consolidación de la dictadura, pueden ser más. A Petro tampoco le importa que el país asuma un costo social tan alto que ha impactado de todas las formas a los colombianos que ya no saben cómo manejar esta situación. A Petro le importa un pito que se encarcelen políticos, como piensan hacer con Edmundo González y María Corina Machado. Vamos a ver si le hubiese gustado que Rodolfo Hernández se robara las elecciones sin presentar un solo soporte o acta, o que Jair Bolsonaro le hubiese robado las elecciones en Brasil a su amigo Lula; estaría trinando que da miedo. Pero su cinismo es descomunal y demuestra que lo único que le importa a él es ser fiel a un proyecto de izquierda siniestrado que perdió ante la historia.
Gustavo Petro es un insolente que sigue aferrado a ese ideario marxista-leninista que no le permite ampliar el horizonte para entender que la política no se maneja desde una sola dirección y sin libertades. Lo único bueno de todo esto es que, mientras más sostenga al dictador, más se hunde, porque se cuelga un ancla junto al personaje más impopular en Colombia, como es Nicolás Maduro, lo que puede afectar su proyecto político en 2026. Gustavo Petro es una vergüenza para Colombia