“Ya llegó diciembre, ya llegó la navidad, la fiesta que todos esperamos con ansiedad, en la noche buena yo te canto a ti mamá, y en el año nuevo te deseo felicidad”
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Llegó diciembre’ de la autoría de Gilberto Torres, quien la dio a conocer con su acordeón y su voz en el año 1973, ese disco me trae gratos recuerdos de aquella época cuando era niño, y feliz pero no lo sabía.
Concluye ya un año especialmente agitado en todos los sentidos y en todas partes, pero esa circunstancia no impide que la nostalgia nos abrume al recordar a todos aquellos que en nosotros depositaron sus afectos y con todos compartían esta época especial de recordaciones y reencuentros, ahora las bendiciones durante el transito del año viejo al nuevo nos vienen desde el cielo, no hay duda que desde allá donde comparten la verdadera vida con el altísimo están pendientes de todo y de todos, como dice Félix Carrillo en su canción, sentimos que son las luces de navidad ”… como la bendición de una mamá, a mi siempre me acompaña una estrellita, me cubre contra la envidia y la maldad”, son los ojos y la sombra tutelar de mi padre y de mi madre que juntos allá están.
Son los días de navidad, bálsamos de bendiciones por el presente y de consuelo por tantas partidas sin retorno, de aquellos atardeceres donde el sol se resiste a cerrar los ojos para dar paso a la luna que engreída en su utopía asoma timorata para después elevarse y dejar testimonio de su imperturbable reino para pasearse coqueta de punta a punta en el firmamento con la compañía imperturbable y perenne de las estrellas titilantes, aquellas que nunca pude contar a pesar de la ayuda de mi padre durante las primas noches mientras me recostaba sobre sus piernas y el escuchaba las noticias en su Radio Transistor SANYO con cubierta de cuero que siempre permanecía inflado en uno de sus costados, igual allí permanecen sobre el cielo de mi pueblo las tres estrellas, una detrás de otras que mi viejo me decía que eran los Tres Reyes Magos que iban camino a Belén a donde llegaría el mesías, lo que nunca me pudo explicar fue porque al terminar la navidad seguían en el mismo puesto.
Ya las camionetas que prestaban sus servicio de taxi en Maicao no llegan a Monguí cargadas con maletas y cajetas con sus pitos estrepitosos anunciando el retorno al pueblo de las mujeres y hombres que se iban a trabajar a Venezuela y regresaban a bailar, a compartir y a mover la economía, los tiempos han cambiado, la ruina del vecino país acabo con aquel espectáculo maravilloso, durante esos días, los panes grandes de manzana de la panadería Mérida cruzaban de un lado a otro, se consumía Harina Pan y Mantequilla Mavesa y las de Frasco que eran entonces productos exóticos, los muchachos recibíamos dulces y juguetes que no habíamos visto ni en televisión porque nadie tenía televisor, todo se ha marchitado y muchos de los protagonistas no están en este diciembre porque han dejado de existir.
La noche de Año Nuevo en nuestros pueblos no es tan entusiasta como antes, pero gracias a Dios se está recuperando la tradición de volver para estar allí durante esa ocasión especial, son las últimas horas del 31 de diciembre diferentes, extrañas, el cuerpo siente que algo extraordinario esta sucediendo, la piel se eriza y el alma se enternece, ver la silla donde se sentaban los viejos vacías estremece el corazón, y comenzamos a acordarnos también de aquellos que han llegado a nuestro corazón para quedarse.
Los amaneceres del primer día del año si han cambiado notablemente desde cuando se acabó la tradición de irnos todos de paseo a la finquita del Tío Moisés, era un encuentro de todos en la orilla de la quebrada debajo de sus palos de mango, para allá se iba todo mundo y no era necesario invitar, ni ser invitados, éramos entonces una sola familia, esa vaca a la llanera era ineludible, y así como corrían las aguas por su cauce también corría el Old Parr por el galillo de nuestros mayores, la música funcionaba con radiolitas de pilas y discos de vinilo, hoy en día hay sofisticados equipos y finas comidas ajenas a los agrarios paladares, en estos tiempos las fiestas y los paseos son excluyentes, y no toda la gente quiere a la otra, eso ya no es igual, lo único que nos une es el dolor, qué lástima.
Cuanto me gustaría tener a mi lado a mi padre y a mi madre para compartir con ellos este instante sublime, especial, trascendental, extrañamos tanto sus voces, sus abrazos y sus pechiches, sin ellos siempre faltará algo para poder decir que la felicidad completa existe, como Omar Geles quisiera abrazarlos de nuevo.