La mayoría de los colombianos acabamos de celebrar la fiesta de Navidad de este año atípico, al igual que lo han hecho muchas familias en el mundo.
Es un corto periodo de tiempo muy especial que nos impregna el espíritu de alegría y en el que probablemente muchos hemos experimentado esa sensación con connotación mística e inefable de un nuevo renacer en el que se intensifican nuestros sentimientos auténticos de paz, amor y generosidad.
Son unos días en los que disfrutamos regalar y compartir elementos de valor con nuestros familiares, amigos y vecinos, y en los que también otorgamos generosamente –y con mucho placer– ayudas a colegas y colaboradores, y en algunos casos a desconocidos; es una época en la que también se crea un ambiente social favorable para que los que tienen mayor disponibilidad de recursos materiales y espirituales se desprendan de alguna porción de ellos, en una clara y noble acción humanitaria para compartirlos con quienes más los necesitan.
En general esa actitud de los colombianos también se refleja en comportamientos muy diversos, que van desde la más pequeña donación que los conductores entregan en los semáforos, parqueaderos y calles, hasta los ceses al fuego unilaterales y temporales por parte de los grupos armados ilegales, como el ELN, las disidencias de la Farc y otros, lo que ante la inacción de las Fuerzas Armadas del Estado por directrices del Gobierno nacional, en general, es bien recibida por los habitantes de las zonas en las que actúan esas organizaciones delictivas.
A pesar de que las más de 14.370 riñas reportadas por la Policía Nacional durante los días navideños del 24 y 25 de diciembre en todo el país pudieran desvirtuar o poner en duda la autenticidad de esas sensaciones positivas que nos producen estas fiestas a la mayoría de los colombianos, hay que reconocer que a pesar de las contradicciones ambas situaciones pueden presentarse simultáneamente. Es probable que las causas de estas riñas y otros hechos de violencia estén más asociadas a un aspecto cultural, como consecuencia del poco o nulo dominio de la inteligencia emocional de los implicados, que les impidieron actuar apropiadamente ante hechos ocurridos en medio de la alegría y el regocijo en su interacción con otros. Sin duda, las cifras de riñas y otros hechos de violencia hacen parte de un tema sobre el que mucho tenemos que aprender los colombianos y sobre el que los gobiernos –nacional y territoriales– deben actuar con una estrategia apropiada para erradicarlos.
Ahora, pasados estos hermosos días navideños, hemos entrado en una etapa de reflexión sobre las vivencias, los logros y las frustraciones del año que se acaba y sobre lo que esperamos del venidero, tanto en lo personal y familiar, como en nuestra condición de integrantes de una sociedad diversa que enfrenta muchas incertidumbres, pero que al mismo tiempo mantiene grandes esperanzas por un mejor bienestar colectivo. Es el momento oportuno para que como individuos, y como miembros de esta sociedad, nos comprometamos a realizar acciones concretas que nos ayuden a materializar nuestros sueños, pero también para evitar que el experimento político que vivimos con el Gobierno nacional actual, con sus frecuentes anuncios erráticos sobre temas sensibles para todos, y con sus rectificaciones cotidianas, no nos impida tener un país donde se construya riqueza, desarrollo y bienestar social, sin odios, para todos.
Deseo un feliz y venturoso año nuevo para todos los colombianos y les envío un abrazo con grandes afectos a todos los que leen estas letras.