Ante la creciente y necesaria difusión de información relacionada con el calentamiento global, se podría anticipar que muchos empleados que hayan desarrollado algún nivel de conciencia ambiental se podrían estar preguntando si deberían trabajar con empresas cuyas operaciones agregan considerables cantidades de gases de efecto invernadero a la atmósfera.
Es una reflexión legítima y responsable. En principio la respuesta a esa pregunta es si, por dos razones fundamentales: La primera, por la necesidad de tener un empleo que les permita generar ingresos para el bienestar propio y de su familia, y la segunda, porque desde ese empleo se puede contribuir en forma efectiva y directa a influir en la disminución o mitigación de esas emisiones.
Puede verse como una aparente contradicción el hecho de que las empresas que son grandes emisores, y por ello grandes aportantes al calentamiento global, se desempeñan en actividades clave para el bienestar de la humanidad, tales como los servicios públicos, la minería, el petróleo y el gas, así como la aviación, la automatización, el transporte y la logística, los productos químicos, el cemento, la agricultura, la gestión de residuos, el aluminio y el acero. Precisamente por eso no hay forma de lograr reducciones en las emisiones sin trabajar con estas industrias para coadyuvar a lograr una transición razonablemente rápida. Los científicos nos han insistido en que si la economía global no avanza en el camino del cero neto en las emisiones se incrementara la amenaza existencial para la humanidad.
La economía mundial debe seguir creciendo y para ello seguirá apalancada en los combustibles fósiles, aunque se espera que esa dependencia cambie durante la próxima década, dada la hasta ahora irreversible decisión mayoritaria de reducir en 50% las emisiones globales para 2030. Sin embargo, hay que reconocer que los sistemas energéticos e industriales son complejos, y la transición hacia el cero neto implica un esfuerzo colectivo colosal, lo que requiere cambios en todo, desde la definición de recursos económicos hasta el diseño de productos y servicios, las políticas públicas y el uso de la tierra, entre otros.
Estamos frente a la urgente necesidad de emprender un esfuerzo colectivo, sin dilaciones, donde líderes gubernamentales y empresariales, con la participación y el compromiso de todos los empleados, los clientes y la sociedad en general, trabajen incesantemente en la transición y al mismo tiempo se garantice que la economía prospere. El propósito es claro, aunque no es fácil de lograr, y probablemente no siempre se hará bien. Se trata de la transformación económica más grande de la historia, que requerirá cuantiosas inversiones y varias décadas para lograrla.
Lograr el cero neto de las emisiones será un problema comercial central, que tendrá efectos notables y podrá alterar la base de la competencia en muchas regiones e industrias, y consecuentemente impactará el empleo. Por esa razón es importante estar dentro de esas empresas, no desde afuera mirando hacia dentro, trabajando en ellas para contribuir a brindar acceso a la energía y otros servicios básicos que son esenciales para mejorar la vida de la humanidad, al mismo tiempo que se hacen aportes para crear las condiciones necesarias para una transición ordenada, justa e incluyente.
Creo que ese es el camino correcto para enfrentar el ambicioso objetivo del cero neto en las emisiones en el sector privado.