Por Miller Soto
Colombia lamentará durante varias décadas la desdicha de haber sufrido los 8 años de Juan Manuel Santos. El Gobierno del todo vale; el Gobierno que no respetó preceptos constitucionales, éticos y democráticos; el que le hizo conejo a la voluntad soberana de los ciudadanos. La lesión enorme que le ocasionó Juan Manuel Santos a la nación, tuvo como objetivo principal satisfacer ulteriores propósitos. La idea, planeada y hábilmente escondida, era firmar una farsa mal llamado ‘Acuerdo de Paz’ para lograr figurar en los anaqueles de la historia como el pacificador de la patria; sin embargo, la opinión ciudadana puso en evidencia lo que realmente pretendía: satisfacer vanidades y ganar deseados galardones internacionales.
En la búsqueda de ese perverso propósito, fue posible lo impensable: la desistitucionalización del país mediante el irresponsable uso de un erario que, convertido en mermelada, sirvió como lubricante para facilitar la nefasta fusión de los poderes públicos. ¡Qué vergüenza! Las mayorías colombianas perdimos toda confianza y toda fe en nuestras instituciones porque fueron puestas al servicio de causas innobles. Firmar los contenidos de ese “Acuerdo” fue un error histórico. Fue uno de los primeros eslabones de esta cadena de errores que emanan de un Gobierno que se ve en la necesidad progresiva de cometerlos; y así, tapando unos errores con otros, le ha cogido hasta gusto caer en ellos.
Por eso, cuando algunos analistas de opinión intentan comparar el Gobierno Santos con el régimen de Chávez, creo que han dejado escapar algunas precisiones. Cuando Chávez perdió la constituyente el 2 de diciembre de 2007, por ejemplo, aceptó sin condiciones la derrota de sus tesis. En cambio, cuando Santos perdió el plebiscito a pesar de haber disminuido de manera descarada el umbral, no aceptó el resultado como corresponde a un demócrata; sencillamente, empezó a buscar la manera de amañar la voluntad popular para acomodarla a sus intereses.
Así mismo, al analizar muchas actuaciones entre la Venezuela de Chávez y la Colombia de Santos, podríamos asegurar que pareciera que se nutren de la misma sabia política, aunque con una diferencia enorme entre sus líderes. De hecho, podría afirmarse que son personajes distintos en los que solo encontramos un rasgo característico: su acentuada megalomanía. El origen socioeconómico, la formación limitada, el carisma apabullante y el temperamento espontáneo del venezolano, eran diametralmente opuestos al origen del oligarca colombiano, formado para reinar aunque adoleciera del carisma, la personalidad y el temperamento, necesarios para establecer la auténtica conexión con la gente que le sobraba a Chávez. Tales carencias, que Juan Manuel Santos padece desde siempre, fueron reemplazadas por el uso de la intriga, la hipocresía, el engaño, el marrullo y la mentira, magistralmente utilizados para lograr sus fines, convencido de que estos justifican los medios que suele usar.
No obstante, hay quienes pretenden caricaturizar la afirmación a través de la cual el presidente Álvaro Uribe Vélez, advierte que Colombia está bajo la amenaza del ‘castrochavismo’, como si se tratara de un infierno distante a nosotros. ¡Cuánto se equivocan! El deterioro del vecino país empezó con la elección de un líder carismático que en campaña prometió todo lo contrario a aquello que posteriormente hizo; como Santos, con la diferencia de que usó el carisma de otro líder. Hugo Chávez, vendió la idea de un socialismo que acabaría con la enorme desigualdad que entonces imperaba y que resolvería los graves problemas de la sociedad venezolana; como Santos hizo con el proceso de paz, vendiéndolo como la panacea que acabaría con la “guerra” y terminaría por resolver gran parte de los problemas de Colombia. Hugo Chávez, usó los recursos de todos los venezolanos para enriquecer a las élites que le ayudaran, entre otros propósitos, a perpetuarse en el poder en nombre del socialismo del siglo XXI; como Santos, que, a punta de mermelada, otrosíes, burocracia y contratos, logró su reelección, su refrendación, su ‘fast-track’ y sus reformas, en nombre de “la paz”. En fin, son tantas las situaciones susceptibles de ser consideradas semejantes, que la advertencia del presidente Uribe podría incluso quedarle pequeña al presidente Santos en la medida en que el sufrimiento de Venezuela se ha acentuado con el ‘madurismo’, o sea, con la degradación del ‘castrochavismo’, que de modo aberrante y sistemático utiliza el sistema judicial contra sus enemigos y manipula el sistema electoral para favorecer sus intereses. Algo que ya se nos hace familiar a los colombianos. Es decir, el Gobierno Santos viene siendo una combinación entre lo peor del ‘castrochavismo’ y el ‘madurismo’.
Naturalmente, hay grandes diferencias entre la realidad venezolana y la colombiana. Pero ello no significa que el potencial que se vislumbra en Colombia, si continuamos por la vía en la que Santos nos ha embarcado, no vaya a ser peor.
Porque la Venezuela que pasó del ‘castrochavismo’ al ‘madurismo’, no tendría nada que envidiarle a la Colombia que hoy empieza a transitar un ‘timosantismo’ cuya degradación concretará cualquiera de los que hoy, disfrazados de pacifistas, reemplacen a Juan Manuel Santos. Por eso es que hay que derrotarlos.