Por Luis Hernández Larez
Preparó una troja de un metro con sesenta centímetros de altura y dos por cinco metros, disponiendo de diez metros cuadrados, en ellos tendió los desperdicios de pescado que había traído, las escamas las lavó con agua de mar dos y tres veces y también las extendió en una parte de la troja con el cuidado de ponerle encina una tela como protección contra el viento.
Los días transcurrieron y el Tambo cada vez más limpio y aseado las pesqueras del entorno ya no botaban los desechos en el monte, él se ofreció a deshacerse de esos agentes contaminantes como comenzó a llamarlos con el argumento de eliminar las moscas.
Se levantaba bien temprano para ser el primero en llegar, era un conversador incansable, hablaba de todo, con el tiempo logró eliminar buena cantidad de la población de moscas, guindó en lugares estratégicos bolsas transparentes llenas de agua, es sabido de los 64 pares de ojos que tienen estos molestos invitados, la luz se descompone al pasar a través de las bolsas de agua que hacen las veces de un prisma creando pequeños arcoíris desconcertándolas, también en macetas sembró albahaca creando un ambiente agradable disimulando un poco el olor a pescado pero el fin era ahuyentar los molestosos insectos. Logro que los pesqueros compraran cloro para desinfectar los puestos de trabajo, los convenció que vestir de blanco ayudaría a vender más.
En efecto el aspecto del lugar era otro, las ventas aumentaban, la clientela varió, las señoras de Riohacha ya no enviaban a las muchachas a comprar el pescado, lo hacían ellas mismas, se emperifollaban para ir a comprar el pescado y así el Tambo se convirtió en un centro de encuentros mañaneros de una selecta clientela de la sociedad de Riohacha. El margariteño ya en posición de negociar logró un tres por ciento del producto de las ganancias.
Aunque era un elemento conversador y de cualquier tema, nunca hablaba de sí mismo, se escudaba en frases como “por sus obras los conoceréis” lo que dejaba perplejos a los que insistían en saber más acerca de él, o bien les hacía saber de las instancias de la existencia de un hombre y estas eran tres, la vida pública que era permitido saberla a todos, la privada, solo para su entorno más cercano, de familiares y amigos. Y por último la secreta donde ni los más íntimos tenían acceso.
Se movía en compartimientos estancos sin comunicación directa entre una y otra de las persona que le colaboraron en la construcción de su estructura de negocios, él mismo atendió cada paso, cada enlace entre prestadores de servicio y proveedores, a todos de una u otra manera los fue conociendo en el Tambo, conoció a la bioanalista que le hizo todos los análisis sanitarios, certificación y registro de su fórmula de colágeno a partir de la escama de pescado, habiendo acumulado en seis meses un mil doscientos kilogramos de escama y cuatro mil ochocientos sesenta kilos de harina de pescado. También conoció a un accionista de una de las camaroneras que tiene sus instalaciones a las afueras de Riohacha más allá de la población de Camarones, negoció y colocó toda su producción de harina de pescado lograda a partir de los desperdicios que genera diariamente la venta de pescado y su entorno, además logró un contrato de suministro mensual.
Al año contaba con tres empresas; una fábrica de harina de pescado con charcas propias criadora de peces llamados Tilapia, la empresa de servicios de limpieza especializados en pescaderías y la joya de la corona, la elaboración de colágeno con laboratorio propio.
Entonces, entendió el navegado, la crisis como fuente de oportunidades.