¿Ajá mami, cómo estás Mary? Ese era el saludo de Enrique Herrera cuando me llamaba. Siempre cálido, siempre atento, siempre afectuoso. Enrique era de esas personas cuya presencia se sentía con fuerza en la vida de quienes tuvimos la dicha de ser parte de su círculo de amigos, amplio por demás, o de ser parte de su familia, por haber llegado allí de la mano de la entrañable amistad con sus hijos Leonor, Astrid y William como en mi caso y de sentir el cariño maternal de su amada Rosa. En su casa he hallado, en los últimos veinte años, afecto, consejos, abrazos, historias, sonrisas y la jovialidad que se respira en el ambiente de ese espacio macondiano llena de los dichos que siempre compartía con su incomparable y genuino estilo en la icónica Radio Revista Guajira Siempre. Mi mamá era su fiel escucha y disfrutaba en medio de carcajadas de ese sello identitario de criollez que Enrique nos transmitía cada mañana no sin antes transportarnos en el tiempo con el romántico sonido instrumental del bolero ‘Vereda Tropical’ escogida sabiamente como cortina de su espacio radial.
Del doloroso año 2020, llegan a mi mente dos recuerdos de sus inolvidables llamadas telefónicas. La de finales de enero en la que me anunciaba que le habían pedido su recomendación respecto de mi desempeño profesional, habiendo dado un concepto favorable no sin antes confesarme sus sinceros halagos lo cuál agradecí infinitamente. Sin embargo, rechacé aquella tentadora propuesta laboral pues implicaría desplazarme a Bogotá, y ni alejarme de mi mamá o sacarla de la comodidad del que había sido su hogar durante más de cuarenta y cinco años eran una opción. Un día antes de que su hija Astrid Yolanda entrara a cesárea por la llegada a este convulsionado mundo de su segunda hija Sofía, recibí su llamada; siempre atento y amable, preguntando por nosotros, por mi mamá, por mi hijo y por mí. Quería saber como estábamos, pues era parte de su don, y una de sus variadas formas de manifestar el cariño era esa, haciéndonos sentir que en medio de las dificultades y de las extrañas circunstancias que por primera vez en este siglo vive la humanidad, podíamos contar con él incondicionalmente.
En ese saludo único con sonido gutural: Opa mi gente!, sus radioescuchas se conectaban con la voz de un guajiro sin par cuyos mensajes daban cuenta del apasionado sentir de un ser humano que durante su vida se convirtió él mismo, en el estandarte de una lucha colectiva por el desarrollo y el aprovechamiento de las potencialidades naturales de la tierra que tanto amó; ser el vocero de los anhelos del pueblo era su dedicada tarea diaria desde los micrófonos de la Emisora Cardenal Estéreo los cuales llegaban a una amplia franja de la población quienes muy puntuales acudían a la ineludible cita con el Palabrero de la Radio de lunes a viernes en las mañanas.
Las devastadoras circunstancias que estamos viviendo como humanidad, nos llevan necesariamente a pensar, cuál es el legado que cada uno de nosotros está edificando en vida. El sentir de la sociedad guajira, de manera unánime ha reflexionado sobre la valiosa herencia cívica de Enrique, afirmando con gran convicción que su hábito de soñador incansable por el progreso de nuestra tierra, lo llevó a emprender valiosas causas que hoy son realidad y otras que aún seguimos anhelando para el desarrollo de La Guajira. La estratégica carretera perimetral para llegar hasta la Alta Guajira, el Distrito de riego del río Ranchería, el aprovechamiento de los puertos naturales y de los recursos renovables como la energía solar o el viento, y muchos otros más que redundarán en el mejoramiento de las condiciones de vida de los guajiros, hacían parte de su inconfundible discurso de hombre visionario.
En honor a él, a su guajiridad inquebrantable, al cariño y admiración que muchos le profesamos, debemos no solo seguir soñando, sino también, edificando con las acciones que a nuestro alcance estén, un mejor presente y futuro especialmente para las generaciones venideras. Para mi querida señora Rosa, sus hijos Achy, Leo y Willy, un abrazo sentido en estos momentos de profundo dolor, compartido por todo un pueblo que llora su partida. Recibe el cielo a un guajiro sin par, Enrique Herrera Barros, por siempre.