Desde 1948 el fanatismo político en Colombia nos sembró odio, terror y lágrimas hasta el día de hoy.
Hoy, en el año 2025, estamos atravesando un momento inédito de la política colombiana por estar al frente del Estado un miembro de la izquierda colombiana. Por primera vez en la historia política de nuestra nación un representante de este extremo ideológico dirige el Gobierno nacional. Y esto, por los desaciertos para unos y aciertos para otros, ha desencadenado o ha florecido o ha reverdecido la inquina política partidista hoy con más elementos fácticos de destrucción que cuando se originó la violencia en nuestro país.
El presidente Gustavo Petro es actor principal, no el único, de esta desbordada controversia político-electoral con ribetes de pelea, confrontación, montonera y segregación nacional.
Hay opiniones sobre Petro que son mesuradas, equilibradas, aun cuando untadas de ideologías de izquierda, que vienen de opinadores que defienden su obra de Gobierno y lo hacen con objetividad, sin sesgos y con argumentos sesudos; otras opiniones venidas de la misma izquierda, critican duramente la obra de Gobierno también con objetividad, mesura, equilibrio y verticalidad de opinión.
Pero hay unas voces y comportamientos de militantes del movimiento Petro o adherentes que no parecen defender la obra de Gobierno por comulgar con la ideología de Petro, sino, por defender su propio punto de vista convertido en fanatismo estéril, con manifiesta ausencia de convicción ideológica y democrática, y por su ignorancia en teoría política, ellos viven buscando la manera de odiar y de ser odiados al mantenerse siempre pensando con el deseo más no con la razón. Y de esos, muchos de ellos, la base de sus emociones es el resentimiento social, -ojo, esto es muy distinto a la sensibilidad social-, la frustración personal y la carestía de ideas lógicas, factibles y reivindicadoras para reclamar con autoridad derechos fundamentales y esenciales. A muchos de ellos, este periodo de Gobierno de izquierda les ha servido para desahogarse, para sacar a flote ese atragantamiento que por años los gobiernos anteriores le habían ocasionado y hoy se sienten con autoridad porque el presidente es Petro que es izquierdista, así ellos no entiendan eso, y los que lo entienden, también celebran la oportunidad de vomitar diatribas e insultos directos, -ellos saben para quien-, buscando la manera de ofender, causar molestias y disgustos para ellos sentirse plenos y agradecidos con Dios porque les dio la oportunidad de decir lo que han llevado por dentro carcomiéndoles el alma y envenenándoles el espíritu por muchos años. Ah, y de esos, hay muchos que son de izquierda hace apenas pocos meses y son los más virulentos, incluso, contra aquellos que eran hasta hace poco tiempo, eso parece, sus parceros, sus amigos de partido o movimientos políticos; ¡eran con quienes convivían y luchaban juntos en las campañas electorales de candidatos de derecha, o más bien, de sus benefactores!
No es esta columna mía una crítica al derecho que nos asiste a todos los ciudadanos colombianos de pertenecer al partido político o movimiento que uno quiera, de comulgar con la ideología que le dé la gana, de decir libremente y con respeto lo que piensa, y de apoyar al candidato que quiera. No. Yo personalmente estaré siempre dispuesto a defender esos derechos hasta con mi propio sacrificio si es necesario. Esto lo que es, es una observación sobre los males que nos han causado y nos están causando las posiciones intolerantes, ofensivas y arbitrarias de muchos activistas, lo que ha aumentado más la polarización, las divergencias sociales, políticas, comunitarias, familiares y personales. Y sobre las ripostas de los ciudadanos que piensan distinto porque lo hacen de manera insultante, depredadora y arrogante. En nada contribuyen ni los unos ni los otros a la paz política que necesitamos.
Hay de esos activistas y fanáticos, -y son muy visible-, que defienden es la bonificación y ‘la liga’ más que su propia dignidad y más que aquello que es lo conveniente para su comunidad; hay de esos ‘pirómanos políticos’ que lo que están es aprovechando el momento ‘para que los vean’ que son aguerridos, ‘guerreros’, luchadores y ‘grandes pensadores y trabajadores de la política’, pero están o siguen equivocando el método y siguen convencidos que ‘el fin justifica los medios’; pero también hay activistas que de verdad, de conciencia son defensores de la equidad, la justicia social y la igualdad; que no son fanáticos ‘ni bravucones de esquina’ y con su mesura y decencia pintan las conversaciones de racionalidad; se da cuenta uno que defienden con argumentos, y sí no conquistan, tampoco resienten.
Ese fanatismo que describo raya con la torpeza y es perjudicial tanto para la izquierda como para la derecha. Esa ceguera y sordera les alimenta la ignorancia y los ubica en los verdaderos lugares que la sinrazón les tiene dispuestos a esos inflamadores de oficio.
Ojalá que lo que se viene en materia electoral, no sea una guerra de Troya donde a la tozudez la traten de poner por encima de las propuestas programáticas. Preocupa que la facilidad y disponibilidad de las redes sociales van a seguir siendo el muro de los insolentes, el foro de los fanáticos, la enciclopedia o el Google de los que se ilustran o enteran por la mañana para salir a debatir el resto del día sin razón o con entendimiento a medias; el escenario de los que una noticia falsa o un comentario anónimo tiene un valor similar a la verdad, y es esa la base de su información.
Clamo ante Dios, porque ante los hombres no veo posibilidades, para que lidere y modere a esos fanáticos irracionales; para que mantenga la virtud de la ecuanimidad a los generadores de opinión y sean o seamos responsables.