a la empanada más grande del mundo.
En Bogotá, la semana pasada un grupo de estudiantes y amigos entre sí, se dirigía a un puesto de empanadas –como el que tiene ‘Lucho’, el lustrador que fue senador de la República– a desayunar con una suculenta de papa con carne. Pero con el agravante de que el antojo les costó 884.000 pesos por el comparendo que según la Policía Nacional, se hicieron merecedores.
En mi caso se ha vuelto una muy agradable costumbre salir los sábados en la tarde con mi familia al puesto de hamburguesas de la esquina del barrio a pasar un rato y comer una o dos para no cocinar y darle un descanso a nuestra ama y reina de casa. No tiene local, solo un parasol para vender en época de sequía porque en época de lluvias no puede salir. Sin embargo, la señora muy orgullosa dice que el negocio le ha dado para levantar y darles estudio a sus cuatro hijos.
En Santa Marta en una esquina de la avenida el Libertador cerca al museo de la Quinta de San Pedro Alejandrino, donde alguna vez reposaron los restos de nuestro ilustre Simón Bolívar, venden las mejores arepa e’ huevo y empanadas que me haya podido comer en este mundo, por encima de las que venden en el parque de Envigado, que tienen fama a nivel mundial de ser las más sabrosas.
Lo mismo ocurre en Riohacha con un puesto callejero donde todos los días llega el vendedor de los mejores ceviches de camarón con ostras, cangrejo y jaiba. Estos son más sabrosos que cualquiera de los preparados por los peruanos que según el paladar de muchos expertos son los mejores del mundo.
En Maicao, sale don Juan Iguarán en su triciclo con cuatro ollas repletas de friche, cazón, chivo asado o guisado y arroz. Todos los días regresa a su casa con las ollas raspadas porque su clientela fiel lo espera que pase a la hora del almuerzo.
Y qué decir del rico peto en toda la costa Caribe o la espectacular mazamorra en Antioquia que en ambas partes es vendida por personas en triciclos que van pregonando con su cantar que se escucha desde lejos.
Y, me podría quedar enumerando cientos de casos de colombianos que sobreviven con sus ventas callejeras que muchas veces son en la acera de la casa o de las Acciones Comunales donde personas asociadas han construido la caseta comunal, la chancha, el alcantarillado del barrio y hasta la escuelita a punta de la venta de empanadas.
¿Qué va a pasar con los miles de colombianos y venezolanos que diariamente se consiguen el sustento en la costa Caribe vendiendo tinto?
El presidente Santos nos dejó la ley 1801 de 2016 dando un vuelco a las relaciones entre la Policía y los colombianos: El Nuevo Código de Policía.
Precisamente, hay que ser justos al afirmar que no se reformaba desde hacía 40 años. Y, además, se buscó darle nuevas armas a la Policía para apaciguar el “desbordado desorden ciudadano”. Sin embargo, han sido muchos los temores de la ciudadanía debido a varios artículos de esta ley, que se asemejan a las promulgadas en la época de estado de sitio o toques de queda donde la ciudadanía le tenía pavor a la fuerza pública.
Ahora bien, hay en esta ley artículos muy extraños con márgenes gigantes para que sea la Policía la que decida sobre asuntos que deberían ser decididos por un juez de la República. A su vez, una de tal magnitud no se podía legislar al estilo de un pupitrazo limpio.
De otra parte, el Legislativo debe ser muy prudente y analizar de fondo todos estos artículos de ley que van en contra de arraigadas costumbres de los colombianos, para no poner a la Policía Nacional a pelear con los ciudadanos. También, de vez en cuando nuestros legisladores deben poner los pies sobre la tierra y salir a las esquinas y semáforos a ver a miles de colombianos y venezolanos vendiendo dulces o haciendo malabares para ganarse el pan de cada día por falta de oportunidades laborales dignas.
En ese escenario, la relación entre Policía y ciudadano debe ser de concordia, confianza y armonía, que a la ciudadanía le dé alegría ver llegar o pasar la patrulla.
En síntesis, el caso de las empanadas tiene verracos a los jóvenes del país que sienten estas leyes como abusivas y fuera de contexto.
Solo falta que los jóvenes colombianos inscriban el caso en los récord Guinness para que compartan Inglaterra y Colombia algo más en sus relaciones bilaterales: las empanadas, una más grande y la otra, más cara.