Nada de malo hay en ser payaso si se es del tipo bufón, pero Iván Duque lo es del espécimen más insignificante de estos individuos, un arlequín. En la escala de estos comediantes resultan los más serviles y hambrientos de reconocimiento. A Duque lo habita un espíritu burlón que lo lleva de cabeza de un desacierto a otro mayor en cuestión de momentos cualquiera que sea la ocasión.
La llegada de la cuota de vacunas contra el Covid-19 regaladas por la ONU a través del mecanismo covax ha servido al gobierno nacional para montar un espectáculo vergonzoso por donde se le considere. Las cincuenta mil dosis que se recibieron como gesto de buena voluntad desató todo el ridículo que este personaje de tragedia puede generar, aunque nunca se puedan conocer sus propios límites al respecto.
Las vacunas de Pfizer en nuestro suelo apenas representan el 0.14% del total pensado por Iván Duque de treinta y cinco millones de dosis. Estos biológicos en general requieren doble inmunización en un intervalo de veintiún días, por lo que si acaso cuando se hayan aplicado la totalidad de las vacunas, solo un poco más de 17 millones de habitantes de Colombia quedarían protegidos contra el coronavirus responsable de la pandemia en curso. En otras palabras, ni la adquisición del total anunciado de vacunas debería dar para un desfile de vanidades como lo visto ahora. La llamada inmunidad colectiva o de rebaño se alcanza cuando al menos el 70% de una población que convive en circunstancias similares ha sido vacunada. Por tanto, se requiere que el gobierno compre entre 70 a 100 millones de dosis, a fin de que si bien muchos colombianos no recibirán la vacuna, al menos quede cubierta las dos terceras partes de su población.
Los gobernantes bienhechores son previsivos y generosos, honestos y diligentes. Nada de eso es Iván Duque, que va a empujones de las circunstancias. Cuando el resto del mundo avizoraba que se debía asegurar la compra de las vacunas, en Colombia se jugaba un póker presidencial a ver quién hacía el mandado de hablar con los laboratorios productores de las vacunas Anticovid-19. La imprevisión completa, cubierta bajo el manto de unas supuestas cláusulas de confidencialidad abiertamente ilegales. Nadie pretendería que un laboratorio divulgue el proceso de fabricación de los biológicos. Pero, sí resulta de derecho público conocer si ha habido intermediarios en dicha operación, quién administrará el dinero destinado para tal fin, cuáles son las fechas de entrega y las cantidades de las vacunas por comprar, entre otros ítems. Nada de esto tiene que ver con los laboratorios, y sí y hartísimo, con los tejemanejes de la política y sus cubileteros.
En fin, el gesto de la ONU al incluir a Colombia entre los países miserables del orbe -requisito para ser beneficiario del mecanismo Covax- ha terminado en un sainete; un publirreportaje, en un autoplebiscito de jactancias. Nada más chocante que hacer política con lo regalado. Y para La Guajira las migajas con la absoluta aquiescencia de sus gobernantes y representantes en el Congreso de la República. El mutismo de estas personas ante la desfachatez de una cantidad irrisoria de vacunas de las paseadas por el país raya en lo cómplice. Semejante ineptitud culposa no es extraña para quienes conocemos lo que produce la tierra del cardón. A estos vociferantes de feria también les viene bien el traje de arlequín, que al decir de Wikipedia distingue al prototipo del mendigo harapiento al estar hecho de retales de otras ropas y reafirma su estatus de serviles y esclavos.