En mayo de 2022 en Sao Pablo, Brasil, tendrá lugar la magna reunión de capuchinos que tienen residencia en este continente desde el siglo XVI hasta nuestros días.
Los capuchinos son religiosos de origen franciscano, con vida propia desde 1538, constituyéndose como orden religiosa. Nacidos en Italia, pronto se extendieron por todos los países europeos. Desde el siglo XVI, los religiosos empezaron su desplazamiento a todos los continentes para dedicarse a la evangelización, entre ellos, lógicamente, el americano, de polo a polo.
Si prioritariamente la misión ha sido, fue y seguirá siendo evangelizadora, desde ella y por ella, los capuchinos han desarrollado una extensa y riquísima acción polifacética y pluridimensional.
Toda misión evangelizadora y por tanto eclesial, se dirige esencialmente a la persona en singular, sujeto y agente de fe, y a la persona en toda su dimensión religiosa, familiar, social, educativa, sanitaria, económica, estructural, agrícola, ganadera, industrial, científica, de comunicación.
Todos los países donde los capuchinos hacen presencia centenaria, dan testimonio eficiente de la fecunda labor realizada con fe, con heroísmo, con inteligencia, con extraordinarias iniciativas.
Los viajes oficiales de Cristóbal Colón desde 1492 en adelante, sirvieron a la comunidad de religiosos franciscanos para asentarse y americanizarse. Los capuchinos se insertaron en este continente a partir del siglo XVI.
Su presencia abarca todos los países americanos y en cada uno se ha desarrollado una historia humano eclesial suculenta. Se dio la feliz casualidad que los países americanos estaban en plena efervescencia organizativa, lo cual permitió que la labor fuera históricamente fundante.
El primer gran interés de los religiosos era lograr que el indígena supiera distinguir claramente entre europeo seglar y europeo religioso. Que el religioso no colonizaba sino evangelizaba, que el religioso promovía el desarrollo en función de las comunidades y no en beneficio propio, que el religioso no tenía nada que ver directamente con gobernantes, comerciantes, militares y demás.
Que el religioso vivía en comunidad no en hogares, que el religioso partía de una vivencia religiosa y no política. Este objetivo era indispensable para contar con la aceptación socio religiosa del capuchino y así la actividad fuera mucho más fácil y llevadera, como en efecto se logró, con rarísimas excepciones.
El segundo gran objetivo fue conformar comunidades humanas nativas organizando poblados, ciudades con las estructuras propias de esas entidades humanas.
Hoy son numerosísimas ciudades, poblados cuyo fundador ha sido un religioso capuchino o que estructuras agrícolas, ganaderas, industriales hayan tenido origen en las iniciativas capuchinas.
Dentro de este ajetreo fundacional, los capuchinos buscaron líderes nativos para formarlos católicamente, de modo que ellos se constituyeran en los formadores natos de sus propias gentes. Así el evangelio se iba inculturizando rápidamente y las comunidades católicas se iban conformando con sus características propias.
Con el tiempo se convertirían en florecientes parroquias, ciudades emergentes, estructuras sólidas, gobernaciones civiles, diócesis organizadas.
Han pasado 400 años y la labor está ahí. El pasado produce una profunda satisfacción, pero el tiempo no es pasado, el tiempo continúa y plantea a los capuchinos serios retos, entre otros, analizarse a sí mismos y verificar si solamente son momias vivientes de un rico pasado o son una institución religioso – socio – eclesial con personas que viven el carisma capuchino actualizado y que por tanto son, para los tiempos actuales, tan efervescentes, dinámicos, creíbles, heroicos, coherentes, santos, productivos evangelizadora y socialmente como sus ancestros capuchinos.