La política contemporánea no gira por pensamientos, sino por intereses y conveniencias. De ahí que los partidos políticos operan en el mercadeo de oferta y demanda en eventos electorales, similares a las ferias comerciales de productos tangibles y consumibles.
Los partidos están asociados con corrupción y causan daño en cada periodo de Gobierno. Los altos costos que conllevan las elecciones populares se obtienen de los presupuestos y patrimonios públicos. El 90% de quienes ganan elecciones, resultan compradas las curules, recuperando la inversión mediante práctica de corrupción. Para garantizar la elección de concejal en el municipio de sexta categoría, se necesita gastar $15 millones, y para alcaldía $100 millones. En los distritos y capitales de departamentos, no bajan de millares, al igual que por las elecciones de gobernadores.
Las candidaturas no surgen por condiciones o requisitos internos aprobados por la colectividad partidista en consenso, sino se imponen por disposiciones económicas de los aspirantes y de quienes se asocien a jugar apostando en la contienda electoral, en favor de determinada candidatura, exponiéndola en desafío y reto, como “gallos” de pelea. Los que resultan elegidos de esa forma, les toca gobernar en cuerpo ajeno, aguantarse exigencias y hasta maltratos verbales por parte de los aportantes, reclamando espacios y derechos por haber ganado.
Los partidos son embelecos que lucen para celebraciones de elecciones populares, repartiendo o vendiendo avales, luego apropiarse de las reposiciones económicas que hace el Estado, recibida por concepto de votos sufragados en las listas y candidaturas inscritas con aval expedidos por las bancadas en el territorio nacional. Los carteles reciben grandes sumas de dineros sin hacer aporte económico alguno de su parte.
Está claro que los partidos no se rigen por doctrina de pensamientos y estatutos, sino que la personería de existencia partidista para explotarla, requieren de representación en el Senado que se adquieren mediante los negocios de electores y curules con la autoridad electoral. Si imperaran los pensamientos consolidados, otra cosa sería la democracia.
Los partidos carecen de registro histórico de censo de militantes, y de hecho, tampoco registran antecedentes y precedentes de acciones y operaciones. Los electores dejaron de tener conciencia y lealtad partidistas. Participan por conveniencia en oportunidad o al mejor postor, de ahí que en la práctica del transfuguismo camaleónico, cambie de colores, tránsito y recorriendo por distintos partidos que de nada bueno sirven.
En La Guajira comienzan a emulsionarse los cocteles multicolores, tonificados con picante, limón, mentas y gotas amargas. Los amarres comienzan con la conjugación de los verbos negociar y apoyar candidaturas locales y departamentales por listas a concejos y asamblea.
A partir del 2 de febrero que se ha convertido por tradición departamental, en un día especial político celebrado en la capital con la concurrencia masiva de líderes, tenientes y caciques políticos de cabeceras municipales y corregimentales de toda La Guajira. Comenzaron a agitarse las reuniones de los aspirantes que dicen comprometerse y ofrecer sueños de fantasía infundados o tranzar precios de votos.
Se ha vuelto popular elegir lo menos conveniente. ¿De qué nos quejamos? Aún cuando cualquier persona ciudadana pueda aspirar, es bueno que los electores pensemos bien a quién elegir, por condiciones y calidades. ¿Qué se gana con vender el voto a los políticos? Nunca metan las manos por políticos, mejor metan la pata para conocer, experimentar y no repetir errores.
Mientras utilicemos los eventos políticos como carnaval que empañan el panorama de conciencia actuando por inercia, terminaremos perdidos. Elegir al mejor es una lotería, pero las tendencias de favoritismo electoral giran siempre a favor del dinero.