“Nos están matando” le dijo un joven angustiado en la cara al presidente Duque, cuando recorría una zona de comercios afectados en Cali, mientras un coro de personas le gritaba ¡Asesino, asesino! Una situación penosa que el primer mandatario no esperaba y evadió rápidamente, al subirse a su camioneta blindada, para seguir metido en su burbuja, desconectado de la realidad; pero que retrata el malestar de gran parte del pueblo colombiano, al ver cómo las fuerzas del Estado se han aliado con grupos paramilitares para disparar de frente y tratar de acabar la protesta a sangre y fuego; más en Cali, donde murieron 14 personas en un día, convirtiendo a la Sultana del Valle en un campo de batalla, desde donde puede surgir una guerra civil, dado el nivel de odio y venganza que existe entre algunos habitantes de clase alta, autodenominados “gente de bien” y que absurdamente pensaron que atacando a bala a la minga indígena y ahora a los jóvenes, recuperarían la tranquilidad.
Lo de Cali es muy grave, hay un caso probado de un agente de la Fiscalía que aprovechó su día de descanso para salir a matar, asesinó a dos jóvenes y luego fue brutalmente linchado por la multitud, algo que define el nivel de barbarie al que hemos llegado, todos quieren hacer justicia por su propia mano, aprovechando la falta de liderazgo y autoridad del Gobierno que la única salida que ofrece es una respuesta militar, frente a un estallido social que sigue creciendo y que puede extenderse hasta las elecciones del 2022.
Vivimos el momento más oscuro de nuestra historia por culpa de la corrupción, el centralismo y la falta de inversión social de los últimos 30 años, cuando despilfarraron bonanzas y el manejo económico del país fue desastroso, lo que derivó en desigualdad y pobreza extrema, con agravantes como el narcotráfico que se ha convertido en el insumo de una violencia desmedida y la pandemia que destapó la olla a presión. Colombia es hoy, un país dividido por la confrontación de odios y extremismos políticos, es increíble que Duque que, si bien no recibió el país de las mil maravillas, porque Santos tampoco fue buen presidente, por lo menos dejó un proceso de paz andando, el turismo creciendo, cifras de desempleo en un solo dígito y un grado de inversión estable; haya convertido a Colombia en un Estado casi fallido, declinando eventos como en la época de Belisario Betancourt, cuando se le dijo que no al Mundial de fútbol, ahora fue a la Copa América. Con una imagen internacional de violación derechos humanos que nos regresa a los tiempos de Gaviria y Samper, Ni la CIDH puede venir, niveles de violencia peor que en el Caguán de Pastrana, sin el grado de inversión del gobierno Uribe.
La situación es realmente calamitosa, el presidente está preso por un extremismo partidista que no lo deja dialogar, además con un presidente en la sombra, como es Uribe, que lo maneja como un títere y se opone a cualquier salida negociada. Los meses que le faltan a Duque serán brutales porque ya no tiene nada que perder, sabe que su gobierno será considerado el peor de la historia y se atrincherará con la Fiscalía, la Procuraduría y la Defensoría del Pueblo, para ofrecer mano dura, caiga quien caiga, y recuperar la autoridad que le pide su máximo jefe, aunque se lleve a Colombia por delante.