Seguramente usted sabe que un día como hoy, 17 de diciembre, pero de 1830, murió el libertador Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacio y Blanco (Conocido simplemente como Simón Bolívar). De lo que usted probablemente no tenga mucha información es sobre los acontecimientos de los últimos diecisiete días de vida del ilustre padre de la patria.
Lo primero es decirle que el médico cirujano que atendió al libertador tenía por nombre Alejandro próspero Reverend, era de origen francés y miembro de la junta de sanidad de la provincia, en el año de 1830; trabajaba para el Hospital Militar. El médico Reverend publicó en París, Francia, en el año de 1866, una serie de valiosos datos, documentos, boletines médicos sobre la enfermedad que llevó a la muerte al padre de la patria. Por esa razón, hoy se conoce y se tiene mucha información disponible.
El médico recibió a Bolívar en Santa Marta, el día primero de diciembre de 1830, proveniente de Sabanilla, Atlántico, como a las 7:30 de la noche, y a las 8 p.m. hace su primer reporte: “Lo encontré en el estado siguiente: cuerpo muy flaco y extenuado, el semblante adolorido, la voz ronca, una tos profunda con esputos viscosos y color verdosos. El pulso igual, pero comprimido. Mi primera opinión fue que tenía los pulmones dañados. No hubo tiempo para preparar un método formal, solamente se le dieron unas cucharadas de un elixir pectoral compuesto en Barranquilla”.
Y así el médico cirujano francés que lo atendió realizó 33 reportes detallados hasta el día 17 de diciembre a la una de la tarde de 1830 cuando finalmente falleció nuestro libertador.
A lo largo de los boletines fueron constantes los reportes de los desvelos, dormía solamente dos o tres horas a prima noche, tenía una tos constante, hipo, lo mismo que dolor en el pecho y las fiebres. Por instante deliraba, conversaba solo. Reportaba el médico que el paciente siempre respondía que estaba mejor, cuando se le preguntaba cómo había amanecido.
El día 10 de diciembre de ese año de 1830, convencido que su muerte era eminente, que podría ser en cuestión de horas o días, le dice a su sobrino Fernando Bolívar, que busque pluma y papel que quiere dictarle unas palabras, y ese día, dicta lo que el mundo conoce como la última proclama de Bolívar.
A pesar de estar a las puertas de la muerte, de los graves y perturbadores quebrantos de salud, de las traiciones, persecuciones, las calumnias e injurias en su contra, incluso por personas a las que él había ayudado, Bolívar nunca abandonó su grandeza, su talante de estadista, de hombre culto; su desprendimiento de las cosas materiales y su amor infinito a la patria. Ello se refleja en esa última proclama.
Un hombre que sabía que estaba muriendo, en medio de una soledad deprimente, traicionado, calumniado, fue capaz en ese momento de expresar que perdonaba a sus perseguidores, por esa razón, en ese primer párrafo dice: “¡Colombianos! Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aun mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabas de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono”.
En el segundo párrafo entrega unas recomendaciones de sus deseos llenos de realismo y amor al mismo tiempo: “Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales”.
Y finaliza con la parte más conocida de la proclama, ofrendando a cambio de la unidad política, el último bien material que le quedaba por entregar en bienestar de los colombianos, su propia vida; porque ya había puesto a disposición de la libertad de la patria toda su riqueza familiar. Por esa razón termina diciendo: “¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
Hoy es un día que no debería pasar desapercibido por la sociedad, por los habitantes de Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela. Los dirigentes políticos de estos países, el mejor homenaje que le pueden brindar al padre libertador es cumplir ese último deseo de consolidar esa unidad de pueblos hermanos y defender las garantías sociales.