Por Moisés Carreño
Se ha dicho siempre que La Guajira muere de sed por la falta de agua, es una realidad a medias.
Es cierto que el factor climático, ya sea por calentamiento global o el ‘Fenómeno del Niño’ o ‘La Niña’, afecta la forma de vida de sus habitantes con inviernos implacables y veranos extremos como los describió el inmortal Leandro Díaz: “Si este verano vuelve a repetir, quien sabe dónde iremos a parar”.
Quienes más sufren las secuelas de este clima cambiante son los habitantes del desierto, los indígenas wayuú, quienes con su sabiduría milenaria sobreviven en medio de la inclemencia de su territorio.
Sin embargo, La Guajira no es 100% desierto, posee una zona semidesértica que ocupa menos del 40% del territorio. Cuenta con un ecosistema rico y variado en flora y fauna. Posee dos grandes sistemas montañosos, la Sierra Nevada de Santa Marta y la Serranía del Perijá, desde donde fluyen al menos 50 fuentes de aguas puras entre ríos y manantiales, además de otros ríos como el Cesar, Badillo, Marquesote, Palomino, Jerez, Tocaimo, Ranchería. Lo anterior, sin contar con que posee montañas de menor altura como las serranías de Cocinas, Montes de Oca, Cerro de la Teta y Serranía de la Macuira. De cada uno de estos ecosistemas nacen fuentes hídricas de invaluable importancia para la región. Es decir, La Guajira sí tiene fuentes hídricas para calmar la sed de sus habitantes y entonces ¿por qué no se ha solucionado el problema del agua?
Una de las primeras medidas que se conocen es de 1926 con la creación de la Comisión del Agua y posteriormente la creación de Proaguas, entidades que se encargaban de la construcción, instalación y mantenimiento de los molinos de viento, las pequeñas represas y los jagüeyes que, en buenas épocas permitían a los indígenas abastecerse de agua para la comunidad y los animales, además de sembrar pancoger y, en algunos casos, vegetación para sombra y ornamentación. Luego, en la década de los cincuenta, el General Gustavo Rojas Pinilla potencializó el trabajo de Proaguas con la instalación de más de 500 molinos de viento repartidos por toda la media y alta guajira, constituyéndose esta solución en materia de agua, como la más efectiva y perdurable en el tiempo. También se construyeron varias represas pequeñas, de las cuales solo queda en pie la de Casushi, ubicada a unos 10 kilómetros del Cabo de la Vela que, junto a los manantiales de la Macuira, podrían abastecer perfectamente a la alta Guajira. Claramente, estas soluciones eran transitorias, pero se mantuvieron en el tiempo como una solución permanente.
Desde los años 60, fecha de creación del Departamento, se empezó a hablar de represar al rio Ranchería con el fin de abastecer de agua a La Guajira. El proyecto se consolidó en el 2005 y se terminó en su primera fase en el 2010. Sin embargo, la segunda fase, que suponía la construcción de distritos de riego y acueductos para 9 municipios incluidos Manaure y Uribia, nunca se concretó y hoy la represa, según la Contraloría General de Nación, es un ‘elefante blanco’.
Así, son muchos los proyectos iniciados y nunca concluidos, uno de los últimos, el del gobierno anterior, que implementó el llamado ‘Guajira Azul’, en el cual se han invertido miles de millones del cual no existen resultados favorables para mitigar la sed en La Guajira.
Desde lo nacional, departamental y gobiernos locales, en vez de mejorar lo que había, enredan los procesos en interminables ires y venires burocráticos y contrario a dar solución, se han dedicado a contratar nuevos estudios, inaugurar obras que solo quedan en el papel y a cortar la cinta en acueductos efímeros, cuya única utilidad es la foto para el periódico. En los gobiernos de Santos y Duque se inauguraron acueductos y proyectos hídricos coincidiendo en la forma de vaticinar el irreal futuro: “haremos…”, “nunca más La Guajira tendrá sed”, “esta vez sí” y toda la lista interminable de palabras sin sustancia ni fondo que se acostumbra en los discursos.
Muchos países con el mismo problema de La Guajira, como Israel y los Emiratos Árabes con desiertos y climas más exigentes, han superado y hasta modificado su ecosistema aprovechando el agua del mar con sistemas de desalinización que funcionan perfectamente y obteniendo como resultado, agua casi ilimitada a bajo costo; ejemplos que podrían ser replicados por nuestros gobiernos y resolver un problema que afecta principalmente a la población más vulnerable como lo son los niños, niñas y adolescentes.
Por último, se ha impulsado una aparente solución que ha resultado en una trampa perversa, los carrotanques de agua. Estos vehículos, que en la mayoría de los casos no cuentan con los mínimos requerimientos de seguridad y salubridad, resultaron ser tan buenos negocios que, a sus dueños, muchos de ellos políticos, ya no les importa solucionar el problema del abastecimiento del agua domiciliaria urbana y mucho menos rural, ya que, en esto consiste el negocio, en que continúe sin solución en el tiempo para que los carrotanques sean indispensables. Tal es el punto, que muchos han dejado el negocio del contrabando de gasolina para pasarse al negocio del agua que ha resultado ser más rentable y además legal. Mientras tanto, acabaron poco a poco con Proaguas, dejaron podrir los molinos de viento, abandonaron las pequeñas represas, dejaron sin concluir el proyecto del Ranchería y a los jagüeyes sin mantenimiento.
Los molinos de viento y jagüeyes, además de tener un manejo directo por la misma comunidad y mantenimiento a bajo costo, traen consigo beneficios como agua para el consumo animal y siembra de hortalizas y frutas propias de la región. Por el contrario, la mayoría de los carrotanques son privados y los precios del agua varían de acuerdo a la distancia y el municipio. A La Guajira no la mata la sed, sino la ineficiencia y corrupción, con aparentes soluciones, como los carrotanques que se disfrazan de solución urgente a la falta de agua y en el fondo son el principal problema. Lo más perverso, es que en algunos municipios el agua que llevan los carrotanques es vendida por el mismo acueducto a los dueños del negocio, para luego ser revendida a los ciudadanos. Razón por la cual, muchos acueductos no son puestos en funcionamiento porque es más rentable el negocio de los carrotanques que poner a fluir el agua directamente en las casas o llevarla a zonas rurales.
El actual gobierno del presidente Gustavo Petro, quien se trasladó junto a su gabinete por espacio de una semana al Departamento, tiene una oportunidad única de resolver de manera definitiva la falta de agua en La Guajira. Aunado a esto, el Consejo de Estado acaba de ordenar la ejecución de la segunda fase del proyecto de la represa del río Ranchería, decisión judicial que promueve y suma en la dirección correcta.
El desarrollo alrededor del agua, su disfrute y que sea un derecho garantizado para todos los habitantes urbanos y rurales de La Guajira, es urgente y posible; no con carrotanques funestos, ya que sobran las buenas opciones: poner en funcionamiento la segunda fase del proyecto de la represa del río Ranchería y sus 9 acueductos, repotenciar los molinos de viento, sus pozos profundos y jagüeyes a cargo de las comunidades rurales e instalar todas las plantas desalinizadoras posibles a lo largo y ancho de las costas guajiras, que garanticen agua dulce, potable, abundante y permanente.