La opinión que se acuñó por muchos años, según la cual en Colombia se hablaba el mejor castellano del mundo, ha sido revaluada y sepultada en el olvido.
Se originó en el hecho de que a comienzos del siglo XX arribaron a la Presidencia de este país algunos intelectuales, entre ellos Miguel Antonio Caro y José Manuel Marroquín. Eran eruditos, versados en raíces griegas y latinas, traductores de grandes clásicos y, por lo general, poetas.
Ese acervo cultural de ninguna manera suplía sus falencias en cuestiones políticas y administrativas. Podría afirmarse que esa afición mantenía a nuestros gobernantes en el etéreo Olimpo en vez de hacerlos aterrizar en problemas esenciales, como el de la pérdida de Panamá en 1903, por ejemplo.
Sin embargo, hay que destacar el uso pulcro de nuestro idioma, sobre todo en una obra literaria que por esas calendas cumplía tres décadas, desde su publicación en 1867. Nos referimos a la novela ‘María’, escrita por el colombiano Jorge Isaacs. Aunque hubo que esperar exactamente cien años para la aparición de la obra cumbre de Gabriel García Márquez, ‘María’ marcó una época importante en la literatura hispanoamericana. Se afirma que en Rusia las páginas de este romance sirvieron para enseñar el idioma español a los niños y jóvenes de ese país.
Que haya transcurrido una centuria entre la publicación de ‘María’ y de ‘Cien años de soledad’, podría considerarse un hecho deprimente. Esa sequía literaria durante tanto tiempo solo conoció aislados oasis que nunca llegaron a satisfacer la inquietud de sedientos lectores. Hubo novelas con algunos valores literarios, pero se quedaron en un costumbrismo sazonado con sabor local. Ya en 1858 se había publicado ‘Manuela’, de José Eugenio Díaz, anterior a la novela de Isaacs; sin embargo, no encontramos otras obras con méritos suficientes para citarlas como excelentes modelos narrativos.
En el siglo XX apareció ‘La marquesa de Yolombó’, de Tomás Carrasquilla. Esta novela, de 1928, recibió elogios favorables de la crítica literaria y aún la leemos con profunda admiración por el entorno y las costumbres que encontramos reflejados en sus páginas; sin embargo, el autor antioqueño, aferrado fuertemente a su terruño, no abandona el ambiente costumbrista.
En épocas más recientes, Manuel Mejía Vallejo, entre otras obras escribió ‘La casa de las dos palmas’, 1988. Pero ‘María’ pertenece a las que traspasaron nuestras fronteras y aún conservan su rótulo de clásicas. Generalmente se incluye a ‘María’ entre las novelas representantes del romanticismo. Pero hay que ir más allá, puesto que Isaacs no solo vigila la aparición y desarrollo del sentimiento amoroso en la novela, sino que se extasía en la descripción de paisajes, al estilo del barón Alexander de Humboldt cuando tuvo ante sus ojos la majestuosidad de la flora americana. Además, en ‘María’ está presente, aunque no en forma explícita, la relación social característica del feudalismo.
Otras obras escritas en nuestra América también son mencionadas cuando se habla de ‘María’. El argentino José Mármol publicó ‘Amalia’ en 1851; pero a diferencia de la novela de Isaacs, su final trágico está relacionado con episodios de las luchas rebeldes argentinas contra el dictador Juan Manuel de Rosas. ‘Clemencia’, del escritor mexicano Ignacio Manuel Altamirano, completa la trilogía de novelas románticas destacadas en Hispanoamérica. Su telón de fondo es el clima de guerra que vivió México a fines de 1863, cuando el ejército francés se apoderó de Morelia y Querétaro y el gobierno mexicano se refugió en la ciudad de Saltillo. El autor presenta a ‘Clemencia’ como mujer de la clase alta a quien no le preocupa el destino de su país.
Cerremos esta reseña con una cita tomada del artículo publicado por Juan Cárdenas en junio de 2017 en el periódico El Tiempo: “‘María’ sigue hoy tan viva y rozagante como hace 150 años. Y seguramente así seguirá por mucho tiempo más, haciendo honor a su condición de clásico, es decir, como un delicioso misterio que perdura más allá de la instrumentalización ideológica que sobre la novela ha ejercido el país conservador”.
François-René de Chateaubriand, fundador del romanticismo literario francés en 1801, jamás hubiera pensado que una novela colombiana pudiera compararse con su ‘Atala’, famosa universalmente.