Solo cada año recordamos una pasión y sufrimiento divino. Solo así nos acordamos de todo lo malo reflejado en esa época, en esa semana y momento, lo bajo, lo animal, sucio y oscuro panorama del ser humano. Allí en esas escenas encontramos de todo: traición, maltrato, señalamientos, acusaciones falsas, odio, muerte, sacrificio, negación y un sinnúmero de adjetivos que haría interminable esta columna.
Hoy vemos como la evolución de las monedas de Iscariote han calado de alguna forma importancia en la humanidad. Aquella maldita venta de un ser humano, que aún repudiamos con perversa hipocresía sigue en nosotros. No se paga con monedas de plata. Ahora, ellos nos muestran mansiones, casafincas, apartamentos, exhorbitantes lujos, aviones etc. Presumiendo una felicidad oscura y apagada, que en cualquier momento de justicia terrenal se acaba sin importarles el futuro de su familia, hijos y progenitores. Una felicidad fugaz y con límite de tiempo. Pensar que la corrupción, la evolución histórica de aquellas monedas, desaparecerá algún día, la igualaríamos a la desaparición del ser humano de la tierra. Hay quienes afirman, con alguna relativa verdad, que la corrupción está ligada en lo más intrínseco al ser humano. Se afirma que existe una corrupción sana y una corrupción maldita y asesina.
He expresado que aquella corrupción que no destruye a otro ser humano, que no acaba con su futuro, sueños y bienestar, la podíamos llamar de esa manera, una corrupción sana. Pongo un ejemplo, cuando llego a una entidad bancaria y tomo mi turno y esperar a ser atendido, aparece un funcionario bancario con alguna relación hacia mí, decide llamarme y ofrecerme su ayuda para evitar hacer la fila, es un acto de corrupción sana, sin dejar de serlo. Pero cuando a mis manos llegan documentos o contratos que sin ser contador, analista de bolsa, economista, puedo intuir la maldad, el daño, la avaricia del ser humano de enriquecerse a costa del bienestar de una comunidad o pueblo. Esa es la corrupción maldita y asesina sin disparar un solo tiro.
Esta amenaza hace carrera en la escuela pública. El programa de alimentación escolar es una muestra de ella. Los sobrecostos de alimentos, entregarle comida podrida a niños, la avalancha de investigaciones que sobrepasa cualquier resma de papel, alimentos con desbalance nutricional, son actos delincuenciales. Los dineros de gratuidad escolar no se ven invertidos en beneficio de los estudiantes, ni en las infraestructuras de las instituciones educativas públicas, y sin mencionar los actos de corrupción durante la pandemia. Los padres de familia y estudiantes son los directos llamados a vigilar y controlar que esto no suceda a pesar de las herramientas existentes como los comités de alimentación que aparecen en el papel de cada sede educativa pública, pero no hacen una veedurías ni control, solo son unos notarios, firman documentos sin leerlos.