Para empezar, Andrés Gregorio Landero Guerra, cantor y poeta sanjacintero, Rey Vitalicio del Festival de la Leyenda Vallenata, hijo de un gaitero y nieto de un tamborero, fue también el rey de la cumbia en acordeón, con la que interpretaba además porros y bailes cantaos como chandés y pajaritos.
Igualmente, Alfredo Gutiérrez, Lisandro Mesa y Julio de la Ossa, insignes acordeoneros sucreños, también nacieron, y todos se criaron entre brazos morenos y caricias cobrizas de tambores negros y gaitas indias.
Consuelo Araujo Noguera, la Cacica Vallenata, en su extensa y preciosa obra vallenata dice lo siguiente:
“El mapa del vallenato sabanero cubre un más amplio espacio geográfico y comprende gran parte de lo que fue el departamento de Bolívar, hoy dividido entre Sucre y Córdoba. Está formado por una porción del norte de Bolívar, que hacia el occidente se extiende por casi todo el territorio de Sucre, incluido el sector nororiental de Córdoba, para juntarse con el sur y el sudeste de Sucre y terminar en una parte del departamento de Bolívar que limita con el Magdalena.
“Se le ha dado el nombre de sabanero por relación de las que fueran extensas y hermosas sabanas de Bolívar, hoy repartidas entre los tres departamentos. Por eso la música vallenata tiene un mismo acento en Lorica, Cereté o Montería, Planeta Rica, Ayapel y Majagual, que en Sahagún, Sincelejo, Corozal o San Jacinto. Todos estos pueblos, divididos o no, mantienen, unidos, el sentimiento musical que dio origen a una de las más bellas y sentimentales escuelas, la del vallenato sabanero”.
Los sabaneros no solo tocan acordeón
Los ancestrales sabaneros, músicos por naturaleza, fusionaron de manera inteligente y audaz, no solo los pitos indios con los tambores negros creando el porro, sino también los pitos que sucesivamente les fueron llegando de Europa, -acordeón y bandas- y embellecieron aún más los aires caribes dando vida a la música sabanera o corralera.
Rafael Oñate Rivero, refiriéndose a la música corralera, la destaca de esta forma en Calixto Ochoa el rey de la picaresca cotidiana:
“Esta modalidad de música Caribe tiene su patio en el departamento de Sucre en Colombia, es el epicentro regional donde se da origen a la música sabanera, toda una cultura musical que gira en torno a las vivencias y el trajín de las corralejas y los personajes que la circundan en las diferentes épocas del año cuando se desarrollan las festividades populares que congregan a connotados intérpretes, compositores y amantes de la ejecución de sonados ritmos como: la cumbia, el porro, el fandango, el paseaito y la gaita, entre otros”.
Los Corraleros de Majagual
La máxima expresión de la música corralera, Los Corraleros de Majagual, agrupación nacida en los años 60 liderada por el sucreño Alfredo Gutiérrez Vital y el vallenato Calixto Ochoa Campo, combinó de manera exquisita los pitos del acordeón con los pitos metálicos de las bandas sabaneras teniendo como base rítmica la percusión ancestral del Caribe colombiano.
Los vientos musicales nacieron libres en el Caribe precolombino.
De boca en boca y de oreja en oreja, antes de la llegada de los torvos conquistadores, se mecían libres y melodiosos por El Cerro e`Maco, ululaban de pico en pico y de valle en valle por la Sierra Nevada y chapaleaban agua por la Depresión Momposina.
Y, cuando los españoles los oyeron por primera vez, los ignorantes los confundieron con el sonido de sus gaitas gallegas, y así, estos dulces pitos inmemoriales inventados por ellos, se quedaron así, gaitas.
La siguiente es una nota que envía el gobernador perpetuo Lope de Orozco al rey de España en 1580, sobre la Provincia de Santa Marta:
“…los yndios i yndias veben y asen fiestas con una caña a manera de flauta que se meten en la boca para tañer y producen una mucica como mui trayda del infierno”.
Sus padres, los zenúes de los Montes de María, los creaban en sus chuaras (macho y hembra), y koguis y arhuacos de la nevada sierra de Santa Marta los esparcían en sus kuisi (macho y hembra).
La gaita es pues, india pura, o mejor, indias puras, porque igual que los tambores africanos, sus inseparables compañeros, también son la parejita, hembra y macho.
Estas dos parejas se comprendieron y se enamoraron tanto, y se han dado tan hondos besos y caricias tan profundas, que ya no pueden vivir la una sin la otra, ya es imposible que vivan separadas. La nostalgia y la melancolía de tambores y gaitas, aferradas a su alegría y a sus esperanzas, cocinadas a fuego lento, como arroz en bajo, por el tiempo y el sol, formaron un bloque monolítico de ritmos y melodías que impregnaron el alma de la Costa Atlántica colombiana de un sabor irrepetible y exquisito, cuya esencia es la esencia del ser caribe colombiano.
Las gaitas, los indios farotos y el son corrido
Uno de esos primeros besos, o primeras caricias entre tambores y gaitas, engendro de vitalidad, fue el son corrido, llamado también gaita corrida. Sucedió en los Montes de María, territorio de los musicales y artesanos indios farotos, hacedores de hamacas, pertenecientes a la etnia zenú.
Los Montes de María o Serranía de San Jacinto, en jurisdicción administrativa de los departamentos de Sucre y Bolívar, son una cadena montañosa pequeña y de baja altura localizada debajo del arco del Canal del Dique entre el Golfo de Morrosquillo al oeste y el Río Magdalena al este (Ver mapa).
Su altura más famosa es el Cerro de Maco, el mismo que el inmenso compositor de San Jacinto Adolfo Pacheco Anillo inmortalizara en su paseo de acordeón La Hamaca Grande.