El padre Espejo a ti te maldijo, es lo que cuentan muchas personas, pero no importa te dice este hijo Riohacha linda, tu lo perdonas”.
El aparte transcrito corresponde a la canción titulada ‘Riohacha’ de la autoría de Lenin Bueno que grabó con su acordeón y su voz Ismael Rudas en el año 1971, y la incluyó en su LP ‘El viejo Baúl’, ese disco que no conocía lo recordó el doctor Álvaro Ibarra cuando le comenté que escribiría sobre la maldición que nunca fue, por eso me gusta hablar con los viejos.
Vuelve el perro y jala el cuero porque en reciente evento académico –y como ya es recurrente– escuché a un colega que mientras grisapiaba para hacerse entender manifestó, entre otras elucubraciones, que el rosario de infortunios que afronta Riohacha y sus alrededores tienen su origen en la famosa “maldición del Padre Espejo”, calumnia desvirtuada con sustentados argumentos por el historiador Orlando Esaú Vidal Joiro.
No hay duda, la verdadera maldición está en los malos pensamientos, el aplauso a las malas costumbres, la inversión de valores, la ambición de poder y de dinero y la envidia que todo lo arruina y a todos nos daña, y estará siempre presente la maldición en aquellos pueblos donde los triunfos del prójimo son chorros de limón en la herida del odio, estará siempre bajo la amenaza de la maldición la sociedad cuando cultiva la repulsa de la gente honrada y aplaude las hazañas de quienes tienen pactos con el demonio, en ese escenario no se requieren malditas palabras de ningún prelado sentido por las intrigas palaciegas y la ingratitud de los mismos feligreses a los que tanto sirvió.
El asunto es que recién terminada la última guerra civil del siglo XIX –la de los mil días– que sirvió de antesala a la degollación del mapa de Colombia y la consecuente separación de Panamá, cuando Marroquín con su muy pronunciada torpeza dijo que “me entregasteis un país y yo os devuelvo dos”, el curita Espejo pagó las consecuencias de haber dicho la verdad pelá con relación a la reunión que nunca se hizo de la Asamblea Electoral que constituía ineludible ritualidad para finalmente elegir presidente de La República, entre los generales Rafael Reyes y Joaquín Vélez, tómense con calma su traguito de café que ya les voy a desenvolver el ovillo.
Resulta que las elecciones de presidente y vicepresidente no se realizaban mediante el voto directo de los ciudadanos, sino que se convocaba a votar para integrar un organismo que tenía la potestad de elegirlos. Con ese propósito, el 7 de diciembre de 1903 se eligieron en Colombia a esos compromisarios quienes tenían la delicada misión de elegir el 2 de febrero de 1904 a ese presidente y al vicepresidente para el periodo 1904-1908.
En la ‘Provincia de Padilla’ que ya Dios la había colocado frente al mar, coincidió la fecha fijada para esa reunión crucial con la fiesta de ‘La vieja Mello’, esa circunstancia fue aprovechada por Juanito Iguarán, un cacique político respetado, hábil y obedecido para invitar a quienes integraban esa asamblea a su casa y al calor de los finos licores y con la oreja caliente logró que estos le firmaran en blanco el registro de la circunscripción para que él colocara allí lo que quisiera; este con la ayuda de algunos barranquilleros amigos del general Reyes completaron el muñeco y así hicieron posible la elección de este con 994 votos contra 982 por Joaquín Vélez, inclusive, a Juanito se le pasó la mano, le anotó 23 votos más de los que legalmente debían registrarse, así con ‘El Registro de Padilla’ se hizo presidente a quien perdió las elecciones.
Cuando vino una comisión encargada de investigar el posible fraude, por la credibilidad y talante moral del Padre Pedro, fue recaudado su testimonio, el manifestó entonces que no tuvo conocimiento que esos dignatarios electorales se hubieran reunido para hacer la elección, ahí estuvo su maldición, porque los que quedaron contentos con el chocorazo ayudados por algunos feligreses usados como idiotas útiles indispusieron entonces al cura con las altas jerarquías hasta lograr lo que entonces era un destierro, su traslado a Ocaña, esto para significar que en La Guajira aquella actitud indecorosa de elevar a la condición de ídolos a los que violan la ley e insultar y vituperar en coro a quienes sacan la cara por su tierra es tan vieja como la pantaletas de repollo.
Aquella vez en su carta de despedida para siempre, sin maldecir a su tierra, escribió el padre espejo lo siguiente:
“Mucho tengo que deciros, pero los estrechos límites de este escrito me obligan a condensarlo en pocas palabras: Unios, sepultad en el olvido las pasadas ofensas, para que, como un solo hombre, se preocupen por la felicidad de la patria; Santa aspiración de pechos generosos; dedicad al trabajo honrado que ennoblece y pone a cubierto de los vicios, y separaos de la política que corrompe y es verdadera gangrena de los pueblos. ¿Volveremos a vernos? Si, en el cielo”.