Cuando comienza la pandemia oficialmente en Colombia, que fue como una irrupción, movió los cimientos del gobierno, de la sociedad y el de cada familia, y en éstas, los de cada uno de sus miembros.
Lo primero que hizo la pandemia fue causarnos miedos. Esos miedos se han ido cambiando, rotando y transformando.
Arrancamos con miedo a lo desconocido. Esto asustó a pocas personas. Asustó principalmente a los miembros del sector salud. Surgió la pregunta: ¿esto qué es y cómo se maneja? Ahí quedamos a expensas y a merced, en esos momentos, de la OMS.
Luego miedo del gobierno porque no sabía qué se le venía encima en materia social y económica. Y sin ser una justificación, comenzó a “dar palos de ciego” para poder reaccionar y dar respuesta convenientes.
Toma medidas el gobierno y vienen los miedos de la gente: miedo al hambre, miedo por la pérdida de empleos, miedo al encierro y al mismo tiempo miedo a ser contagiados pero no por miedo a la enfermedad sino por miedo al señalamiento, aislamiento y estigmatización social.
Se vino el desbarajuste Institucional y comenzamos a ser gobernados por decretos lo que generó miedo en los políticos especialmente, a muchos congresistas y a la izquierda. Aquí hay una variación y es que no les dio miedo a muchos gobernadores, alcaldes y otros ordenadores de gasto para hacer “ochas y panochas” con los recursos públicos y sin miedo a gastar por fuera de lo decretado y presupuestado como si nada pudiera pasar administrativa, disciplinaria y penalmente. Y la verdad que hasta el sol de hoy parece que los que han tenido miedos son los organismos de investigación y control: pocas decisiones y de resto brillan por su ausencia a pesar de denuncias en todo el país de desborde y derroche administrativo, amparados en los decretos de la pandemia.
Luego viene el miedo de enfermarse pero se habló de unas aperturas comerciales y reactivación económicas (día sin IVA o devolución del IVA) y se perdió ese miedo. Todo mundo salió como si nada.
Cuando llegó el primer pico, todos sentimos miedo porque se estaba llevando la pandemia a familiares, amigos cercanos y conocidos, pero no le tuvimos miedo a diciembre ni en la región Caribe a los carnavales.
Entonces vino el segundo pico y nos dio miedo, parece que de mentiras, y decíamos tener miedo por falta de alimentos, miedo al mal comportamiento de las EPS, miedo por hacernos la prueba y miedo por los resultados.
En este último pico que estamos pasando, los miedos están segregados: hay miedo a la nueva cepa, miedo a los hospitales y clínicas, y mucho miedo a la vacunación.
Hay un traslape de miedos: hay miedo a morirse pero no hay miedo a enfermarse. ¿Cómo así? Resulta que la gente está tan relajada que parece que no sabe que antes de morirse hay que contagiarse y enfermarse.
Miedo selectivo: hay miedo a contagiarse pero no hay miedo a las aglomeraciones. Hay miedo a las unidades de cuidados intensivos (UCI) y a la entubación, pero no hay miedo a festejos y celebraciones; miedo a morirse, pero parece que no hay miedo al contagio, a la atención de urgencias, a la hospitalización y de ahí a UCI, y en esta instancia puede resultar lo peor. ¿Por qué? Porque no nos cuidamos. No le tuvimos miedo a lo que verdaderamente le debíamos tener.