Te descubro cada día en mis gestos y al hablar, cuando educo a mi hijo y en silenciole pido a Dios me dé la sabiduría que te dio para criarme. Te descubro en mis recuerdos, cuando viajo al pasado a través del corazón y me hallo entre tus brazos sintiendo tu calor, amor y protección que nunca me faltaron. Te descubro cuando escucho a mi hijo decir palabras inentendibles y llega a mi mente la dulzura de tu apacible voz relatando historias sobre mis primeras palabras y como disfrutaban mi papá y tú de aquella hermosa etapa de mi extraordinaria niñez feliz, tratando de adivinar el significado de aquellos sonidos.
Te descubro cuando riego las matas en el patio y mi mano izquierda reposa en mi cadera justo como lo hacías tú. Allí estoy sola con mis pensamientos y me asalta la duda sobre lo que pensabas en esos momentos de soledad contigo misma, haciendo algo que amabas hacer. Te descubro en el olor a lluvia, pues decías que es bendición de Dios y que eso decía mi abuela también. Te descubro cuando trato de escribir sobre ti en mis pensamientos y la tristeza me aplasta hasta dejarme sin ganas de hacer cualquier cosa que no sea llorar tu honda ausencia.
También te descubro mami, cuando paso delante del cuadro de Jesús de la Divina Misericordia frente al cual te persignabas con tanta reverencia al levantarte y al acostarte; el mismo al que le rezabas la Coronilla a las tres de la tarde cada día mientras yo te miraba absorta desde el almacén que con tanto esfuerzo fundaste con tu indomable espíritu emprendedor, admirando tu fiel devoción. Te he descubierto sentada orando en un sonido que solo Dios escuchaba, pues siempre fue importante para ti hablar con nuestro Padre cada día.
En esta atípica Navidad en la que por vez primera no estás de cuerpo presente, te he descubierto rezando la novena con nosotros, con la casa llena de tus sobrinos y vecinos tal como te gustaba, pues salías al mercado gustosa a comprar las golosinas que repartías al finalizar cada uno de los nueve días previos al bendito 25 de diciembre de los últimos veinte años en los que juntas decidimos hacer el pesebre para compartir y disfrutar con los más tiernos e inocentes de nuestro núcleo cercano, las hermosas vísperas del anhelado nacimiento del niño Dios.
Cada día te descubro en los platos que preparaba para ti, en mis anhelos de trabajar honestamente con fortaleza, perseverancia y de seguir adelante en el sendero a donde llevaste mi rumbo cuando me impulsaste a estudiar Trabajo Social. En ocasiones te descubro en esa mirada de júbilo cuando supiste que estaba embarazada y dijiste que ya podías morir tranquila pues no me quedaría sola.Te he descubierto en la pregunta constante de mi hijo: ¿Abuela dónde está? Se fue al cielo mi amor, respondo entre sollozos.
Te descubro en mis lágrimas mami, que enjugan mi rostro cada tanto cuando la melancolía se apodera de mí y me dejo llevar de ella inexorablemente, porque extrañarte cada día es algo con lo que convivo desde el primero de noviembre de este doloroso año lleno de ausencias y enseñanzas. Así te descubro cada día, cuando miro al firmamento y te imagino allí, feliz al lado de tu amor, de mi papá, el mejor regalo que Dios nos dio a las dos por mucho tiempo, en contra de todo pronóstico médico.
Te descubro en todo lo que hago, vivo, siento,deseo y decido mamá, porque anhelo que donde estés me sigas mirando como lo hiciste en vida, con un amor que solo tú podías sentir y el cual siento yo cuando miro a mi hijo como la obra magnánima que es. Gracias por decidir ser mi madre pues tu acto de amor me dio una vida y me hizo depositaria del amor más grande, infinito y eterno que alguien me haya profesado jamás. Gracias a Dios por permitirme descubrirte, por todo lo bueno que hiciste por mi y por todos los que fueron parte de tu vida, por tu legado de amor insondable y por tu ejemplo perenne de mujer extraordinaria, amable, servicial y bondadosa. Te amamos mami, te extrañamos y te seguiremos descubriendo en nuestras vidas porque el amor nunca deja de ser.