Parece que la voz admonitoria del padre Pedro Antonio Espejo Daza y su famosa maldición, levitara sobre las calles de Riohacha y el resto de la península de La Guajira. No de otra forma se podría entender, cómo esta capital haya caído en una terrible pobreza de ideas, que la ubican entre las más abandonadas del país.
Continuamente escuchamos en el parque Padilla, frases que involucran a la ‘llamada maldición del padre Espejo’ con esta caída perpendicular que lleva nuestra ciudad.
Algo está pasando. Parecemos sordos, ciegos y mudos, frente a esta encrucijada. Solo hablamos en las esquinas o cuando se aproximan las elecciones.
Hace unas horas escuchamos al alcalde Genaro Redondo Choles, expresiones en donde da a entender que nuestro sistema de acueducto y alcantarillado está a punto de colapsar. No tenemos agua potable, mientras que las calles están invadidas por aguas servidas o negras.
No entendemos cómo puede ocurrir eso. Hemos tenido desde 1998 casi cuatro operadores del sistema de acueducto y alcantarillado, a los cuales los han bautizado con diferentes nombres, pero al final, han hecho lo mismo: nada.
Se convirtieron estas empresas de ‘bolsillo’ en contratista para ejecutar las obras, que ellos, según los convenios de operación, estaban obligados a ejecutar con sus propios recursos. Pura bulla. Todas se han ido sin pena ni gloria, eso sí, con sus cuentas bancarias bien certificadas, pero sin entregar un balance de sus ejecuciones.
La última, Assa, se fue sin decir qué hizo. Ahora llegó Aqualia y casi un año al frente de estas labores, no conoce la realidad del entramado de las redes subterráneas; quieren estudiar lo estudiado, para colmo de males, su única gran acción, ha sido incrementar las tarifas de un servicio que prestan con un alto nivel de deficiencias.
¿Será que buscan nuevos contratos? En 1997 el Departamento recibió un crédito de la banca internacional por 90 millones de dólares, que se esfumaron. Ninguna entidad ha informado cómo se invirtieron. Solo Avianca sabe cuánto consumieron en tiquetes los contratistas que llegaban los martes y regresaban los jueves a Bogotá. Dicen que algunos pagaban por exceso de equipajes, debido a que sus ‘alforjas’ regresaban llenas.
Después llegó una intervención que se convirtió en un remedio, peor que la enfermedad. No es justo lo que se ha hecho con Riohacha y el resto de municipios de La Guajira.
Seguimos padeciendo. Las aguas servidas o negras pasan sin ningún tratamiento al mar Caribe y luego sus desechos van a las playas, que un día intentaron ponerles bandera azul. La laguna de oxidación se convirtió en un desangre de casi 25 años. Ahora suenan las trompetas de una Ptar, que parece ir por el mismo camino.