“La historia la cuentan los triunfadores” es una frase que ha hecho carrera. Y aunque no sean verdaderos triunfadores, los autores de algunas obras posan de héroes, mártires o patriotas cuyas ejecutorias, según ellos, deben ser admiradas y tenidas como referente por las futuras generaciones.
Si nos interesase la historia, así, con mayúscula, gran material de lectura tendríamos en textos como ‘Vida de los doce césares’, de Suetonio, ‘Vidas paralelas’, de Plutarco, ‘Memorias de Adriano’, de Marguerite Yourcenar y otros tantos que hemos citado en acotaciones anteriores. O también consultaríamos la colección de Editora Cinco, que nos presenta en forma objetiva las biografías de Marco Polo, Einstein, Rousseau, Gandhi y César, entre otras.
Pero, con el poco tiempo que en los colegios se dedica a la historia universal, los estudiantes colombianos de ahora se privan de conocer obras valiosas, y cuando se trata de indagar sobre la actualidad nacional, acuden a Google o a Wikipedia y salen del paso con información muy superficial. Si los jóvenes estudiantes de nuestro país leyeran, por ejemplo, ‘Historia de Colombia y sus oligarquías’ (2018) y ‘Quiénes nos tienen jodidos’ (2002), ambas de Antonio Caballero; o ‘Historia mínima de Colombia’, del historiador Jorge Orlando Melo (2017), o ‘Colombia amarga’ (1976) de Germán Castro Caycedo, tendrían un concepto más realista de nuestro diario quehacer.
Se sumergen, nuestros jóvenes, en las páginas de libros que muestran aspectos de la vida del país, pero desde la óptica de quienes en su debido momento tuvieron en sus manos las riendas de esta Colombia ‘descuadernada’, según palabras del expresidente Carlos Lleras Restrepo. Por esa senda de la escritura insulsa y siempre sesgada, llegamos a obras que pretenden conformar nuestra historia; es decir, la que encontrarán en el futuro nuestros nietos.
Así, nos topamos con ‘Aquí estoy y aquí me quedo’, de Ernesto Samper Pizano; ‘Memorias olvidadas’, de Andrés Pastrana Arango y ‘No hay causas perdidas’, de Álvaro Uribe Vélez. No sabemos que haya libros escritos por los expresidentes Julio César Turbay o por Virgilio Barco, pero es costumbre de los expresidentes aparecer en el campo editorial (no me atrevo a decir ‘literario’) con textos alusivos a su respectiva labor gubernamental.
El libro de Samper es un intento de justificación para sus cuatro años de Gobierno. El proceso 8000, según el autor, es un montaje alimentado por calumnias, zancadillas y traiciones urdidas por opositores a su gestión presidencial y aún por allegados al mandatario, funcionarios con insaciables ambiciones personales. El ‘Cartel de Cali’ no apareció por allí; y si le lanzó algún ‘paracaídas’ en el momento crucial de la segunda vuelta electoral, fue a espaldas del presidente. Conclusión: ‘Aquí estoy y aquí me quedo’ es una pieza seudo literaria en la cual, tras bambalinas, se observa la mano experta del periodista Daniel Samper Pizano, hermano del autor.
Andrés Pastrana también aporta lo suyo a ese sainete que nos mueve de un lado para otro desde hace unos cuantos años. ‘Memorias olvidadas’ es más digerible que la defensa escrita de Samper. Sin duda, el oficio de periodista de su autor contribuyó a la fluidez del texto. De otra parte, su estilo directo, en diálogos impecables, hace bastante amena su lectura. Se observa en el libro de Pastrana el interés constante de que se le considere merecedor del premio Nobel de la Paz. Afirma que por menos le fue otorgado a Anwar Sadat en 1978. (Página 174).
El libro de Uribe es un elogio a su estirpe antioqueña. Cuando niño, su padre lo increpa (desde la primera página) y le exige portarse como un varón. Ese es el núcleo del libro: el personaje se toma la introducción, el nudo y el desenlace. Por ningún lado queda espacio para reconocer errores. Los paramilitares no existen. Solo hay personas que tienen derecho a defenderse; y si forman cooperativas para lograr sus objetivos, cuanto mejor. Los herederos del autor, dignos exponentes de la clase empresarial antioqueña, son solo “jóvenes visionarios, forjadores de riqueza para su país”.
Esa es la historia que encontrarán nuestros nietos: sin narcotráfico en el Gobierno; sin paramilitares a lo largo de la geografía colombiana y sin los llamados ‘falsos positivos’. Porque quienes acceden al poder, con sus ‘memorias’ escritas al final de sus respectivos mandatos pretenden tapar la amarga realidad con parrafadas que serían dignas de mejores causas, pero que, en la pluma de sus autores son solo justificaciones. Imposibles de aceptar, por supuesto.
Definitivamente, las autobiografías de los políticos no son sino egos trasladados al papel. Con mayor convicción leemos ‘Mi confesión’, de Carlos Castaño.