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“Déjame ver si tienes una florecita allí mamá”, me dice Manuel Antonio de Jesús mientras hurga en mi axila con su pequeña manito. Hace poco cumplió seis años, y desde que nos vimos ‘Elementos’ o ‘Elemental’ (en inglés), película de Disney lanzada en junio de 2023 mientras vivíamos en Buenos Aires, han sido muchos los momentos que nos regalamos en honor a esa maravillosa propuesta animada del séptimo arte. Su inocente y pícara búsqueda obedece a la imitación que constantemente hacemos de una escena en la que Loduardo, un vivaz niño quien personifica al elemento tierra. Este tierno personaje le obsequia flores a la protagonista Ember (fuego), las cuales arranca dolorosamente de su axila, en sus constantes, inocentes e infructuosos intentos para enamorarla.
Permanentemente llegan a nuestros diálogos las expresiones, los gestos y los pedazos pequeños de los diálogos de tan espectacular película. Así nos ha sucedido con ‘Encanto’ (2021), con ‘Soul’ (2020), y más recientemente con ‘Wish’ (2023). Respecto de esta última, cada vez que hemos ido a las comunidades wayuú juntos por nuestra labor social con la Fundación Compartamos la Felicidad o por mi trabajo, nos dedicamos a buscar a los ‘Valentino’ que allí habitan, pues la mascota central es una pequeña ovejita o cabrita, es decir, un chivito para nosotros, y en efecto, por esos sucesos indescriptiblemente maravillosos que la vida nos regala, los hemos encontrado, especialmente en una comunidad aledaña a la ciénaga de Camarones la cual visitamos juntos en diciembre, y allí, como suele suceder cuando se anhela algo con muchas fuerzas, evidenciamos nuevamente como una grata sorpresa, la existencia de un consentido Valentino, a quien colmamos de pechiches, hasta sumergirnos inexorablemente juntos en ese instante, en los inconfundibles ‘códigos del afecto’.
Los códigos del afecto se nutren de las conversaciones, con la entonación y sus palabras, las canciones que se cantan juntos, las miradas, las expresiones, los gestos, los momentos, las caricias, los juegos, los mimos, las oraciones nocturnas, los planes compartidos, los besos y abrazos, las caricias, y todos los instantes únicos y memorables que se construyen con amor, y se instalan para siempre en la memoria compartida de los corazones de una madre y su hijo. De esa manera, a partir del vínculo natural que se crea desde el vientre, fuera de este y en la medida en que avanza el proceso de crecimiento y desarrollo, se teje a su propio ritmo con los hilos sagrados del amor presente en la convivencia, las pautas de crianza y la complicidad natural.
Es este un lenguaje único en el que ambos comparten los más profundos sentimientos y crean significado a todo lo que sucede cotidianamente no solo en el hogar, sino, en las rutinas y los rituales, los juegos, las pilatunas mutuas, los encuentros (planeados o espontáneos) y la valoración de los múltiples espacios compartidos por madre e hijo.
Los pequeños detalles de los que se nutre la cotidianidad se llegan a convertir inevitablemente en una pequeña aventura, a partir justamente de la forma como se dimensiona y se le da significado a aquello que vivimos juntos. Los lugares que más se disfrutan, se anhelan ansiosamente, y se llegan a constituir en casi que, en templos, gracias al acervo de recuerdos bonitos que se construyen y se guardan en los lugares donde habita la memoria del corazón. Allí se guarda todo aquello que le da sentido y propósito a nuestra existencia, impregnando de plenitud el alma.
A través de la creación de los códigos del afecto, se llega a cumplir también, otra de las más cruciales tareas de nosotras las mamás:salvaguardar la alegría a nuestros hijos como el tesoro que es. Y muy especialmente en su infancia, etapa preciosa en la que la inocencia hace que el disfrute de las ocurrencias de los pequeños sea mucho mayor. Mi mamá decía: “La inocencia es lo más bello” y cuánta razón tenía y sigue teniendo en sus sabias palabras. Mientras escribo estas letras pienso en Alegría, la emoción preponderante en Riley Andersen, la protagonista de Intensa – Mente (2015), otra de las maravillosas creaciones de Disney, en donde justamente esa emoción, es la que lidera junto a su antónima Tristeza, la búsqueda del equilibrio emocional de Riley en medio de los innumerables cambios propiciados por su familia, la escuela y los nuevos amigos, sucediendo esto en su preadolescencia. Esta también es una de nuestras opciones preferidas para ver juntos, pues son muchas las preguntas que surgen durante las etapas del filme, viéndome inevitablemente acorralada por los ya acostumbrados ¿por qué?, de Manuel Antonio de Jesús.
Sigamos adelante con convicción y entrega desmedida creando sin cesar: ‘códigos de afecto’ pues junto a las mamás, los papás también están llamados, y seguramente muchos lo hacen, a hacer esta hermosa tarea diariamente. El amor también se expresa en esos pequeños detalles aparentemente triviales o intangibles, en los que las vivencias compartidas llegan a constituirse en verdaderos, valiosos e inolvidables tesoros de la relación con nuestros pequeños gigantes; pequeños en tamaño, y gigantes en ternura, inocencia y sabiduría, pues como es bien sabido: Solo se es niño una sola vez, y cuán breve es esta bella etapa de la vida. Feliz cumpleaños a mi hijo Manuel Antonio de Jesús, en sus seis benditos y hermosos años. Te amo infinitamente, hijo de mi ser.