Después de la pandemia quedamos heridos. En la mayoría o quizás en todas las personas de esta gran aldea global donde estamos indefectiblemente juntos como humanidad, e independientemente de cualquier criterio de caracterización social o económica, quedó una huella de ausencia, de profunda tristeza, miedo y desasosiego.
Duelos a medio hacer marcaron de forma indeleble millones de almas quienes probablemente no pudieron despedir como hubiesen anhelado, a sus seres queridos. Comenzando la segunda década del siglo XXI, atravesamos sin estar preparados de manera alguna, la primera y ojalá única pandemia.
Al levantarse la misma por parte de la OMS, inició la invasión de Rusia a Ucrania, y más recientemente, se reavivó con absurda crueldad, el histórico y sangriento conflicto entre Israel y Palestina, cubriendo con un pesado manto de dolor solidario, el incierto panorama mundial.
Pareciera que, en tiempos recientes, la alegría se ha convertido en un lujo innecesario y lejano del cual muy poco se recuerda y que cuando aún nos estábamos reponiendo de dos largos años de aislamiento sin abrazos y las acostumbradas muestras físicas de afecto, se volvió a alejar de nuestras manos debido a los múltiples y convulsivos acontecimientos mundiales.
Si existe un rasgo común al ‘ser Caribe’ es la alegría. Esa forma particularmente especial y jacarandosa en que afrontamos los días con sus desafíos y particularidades. La alegría implica la capacidad de hallar hasta en los más sutiles detalles, formas y razones para reír y celebrar, para bromear y agradecer por lo que nos sucede y también por lo que no.
La afamada psiquiatra española Marian Rojas Estapé, cuyo contenido digital es supremamente valioso y se encuentra disponible en las plataformas y redes sociales, expresa que la felicidad es una habilidad que se trabaja cuando somos capaces de decidir, la manera como nos afecta lo que sucede a nuestro alrededor, manteniendo cierto nivel de autocontrol y optimismo incluso en las más difíciles circunstancias.
Y es que, si de dificultades colectivas hablamos, la pandemia por el Covid-19 es el referente más cercano de lo que como sociedad global hemos afrontado.
Hoy miramos hacia atrás y reconocemos lo duros que fueron ciertos momentos, cuando llegaban las noticias de la expansión progresiva de la enfermedad, los primeros casos en nuestra ciudad de origen, los mensajes de parientes atascados en algún aeropuerto o ciudad lejana en espera de vuelos humanitarios, el inicio de síntomas en algún conocido, amigo o familiar cercano y los consiguientes y dolorosos fallecimientos.
Lo siguiente sería, la imposibilidad de despedir dignamente como es costumbre, de vivenciar los ritos mortuorios, de abrazar en solidaridad a algún doliente y de acompañar de forma cercana como es usual en estos casos.
Allí quedamos muchos, ahogados en la tristeza de un largo duelo que incluso se manifestó en afectaciones físicas, sintiendo que esa alegría se alejó demasiado y que incluso hoy nos cuesta aceptar de regreso pues convivir con la ausencia de quienes se fueron (haya sido por el virus o no) se convierte en una herida palpable que llega para quedarse y que en ocasiones sabotea la plenitud de ciertos momentos que deberían ser de felicidad total.
Recientemente el periodista Yury Reales Magdaniel en unión de otros colegas de la comunicación, me invitó a su programa en la emisora Uniguajira Stereo, por haberme elegido como uno de los ‘Personajes del Año 2023’, destacando además el liderazgo de la Fundación Compartamos la Felicidad que ha sido un sueño colectivo y misión de vida para muchos.
Ese momento de comunicar, transmitir, contar historias y anécdotas, fue precioso. Me encontraba en una cabina radial junto con mi hijo Manuel Antonio de Jesús quien aplaudía emocionado por lo que Yury contaba de su mamá, y se lo disfrutó tanto como yo, expresando con su acostumbrada espontaneidad, sentirse feliz de estar allí y mucho más por el motivo que nos convocaba a tan ineludible cita.
La madrina de mi hijo, Sarah Aguilar, una de mis más queridas maestras en el arte de vivir vio el live publicado en el perfil en Instagram de Guajira 24 horas y me expresó que me veía feliz y muy auténtica. Le respondí que sentía que me estaba ‘reconciliando con la alegría’y justamente así me siento.
No significa que todo sea perfecto, si no que, reconozco y valoro una dinámica de reencuentro con esa emoción que aporta a lo que es la felicidad, y en la que convergen muchos otros sentimientos, pensamientos, realizaciones y convicciones.
Ese componente esencial de la vida nos mantiene abrazando el disfrute de vivir con todo lo que ello conlleva, incluso en las más difíciles circunstancias, y vaya que he aprendido a hacerlo, viviendo las más duras situaciones durante los últimos seis años en los que el acoso laboral, el abandono al inicio de mi embarazo el cual fue de alto riesgo, dos amenazas de aborto, el cyberacoso por más de un año, la falta de empleo fijo en alguna larga temporada, el aislamiento y la soledad durante 45 largos días en Bogotá en pandemia, y la más dolorosa de todas, el fallecimiento de mi mamá el 1 de noviembre de 2020 han marcado mi ser.
Esto último hizo que todo lo demás fuese visto en perspectiva e incluso con gratitud, pues cada una de esas duras circunstancias forjó nuevas habilidades de resiliencia en mi ser, que han hecho de mi la mujer que soy, más fuerte, valiente, madura, segura de mí misma, orgullosa de quien soy y quien vive plenamente el mejor de los roles de mi vida: ser mamá de Manuel Antonio de Jesús. En honor también a la memoria de mis padres, he seguido adelante.
Por ellos, por nuestros hijos, y por nosotros mismos, reconciliarse con la alegría, se convierte no solo en una búsqueda necesaria, si no también, en un principio de vida y con mayor razón, en esta hermosa época de gratitud en la que procuramos que, en nuestro corazón, el Niño Dios halle un lugar bonito y renazca allí con su inocencia y humildad.
Nuestros mejores deseos en unión de mi hijo y que sea para todos una Feliz Navidad 2023.