Por Alejandro Rutto Martínez
Tengo una enorme deuda con este singular deporte de locos en el que 22 individuos corren durante noventa minutos detrás de una esquiva pelota de cuero y cuando la encuentran, en lugar de acariciarla, cuidarla e invitarla a tomar un tinto, la patean con fuerza, como si lo único que quisieran es no verla nunca más. Si tanto la buscan, supone el desprevenido ciudadano cuerdo que ve el partido, debería ser para algo bueno y no para tratarla así como la tratan.
Sin embargo, con esa melcocha de patadas, gritos y empujones a la que llaman fútbol, tengo una infinita deuda, puesto que me ha enseñado asuntos importantes, divertidos e increíbles.
A mí me parece muy importante, por ejemplo que un pueblo como el mío, pueda ser mencionado en los periódicos porque un muchacho nacido por allá en el barrio más olvidado ahora juega, es decir, trabaja, en un equipo de por allá lejos de Europa en donde gana euros que le sirven a la familia para vivir un poco mejor que antes. Y me parece muy importante también que un equipo de Colombia, el día que salió campeón de América, tuviera en su nómina a un muchacho de esos que pateaban bola cuando pequeños en el potrero del pueblo y que de nuevo el nombre del pueblo sea mencionado más allá de la puerta de la calle.
El fútbol es tan importante que a veces el señor presidente se olvida por un momento de todos los afanes de un país tan emproblemado como el nuestro y se va para el camerino en donde los jugadores de la selección nacional hacen los últimos estiramientos previos a su juego definitivo contra Paraguay. Eso es muy importante, aunque después del juego he leído que al pobre presidente lo acusan del resultado adverso de ese día y le han rogado que por lo que más quiera en adelante se ocupe de los pequeños y grandes problemas del país, que la Selección bien se las puede arreglar sin su presencia y sin su discutible voz de aliento.
Les dije que el fútbol me parecía importante, divertido e increíble ¿Cierto? Bueno, ya les hablé del porqué me parece importante. Ahora paso a decirles por qué me parece divertido. Me parecen divertidas las narraciones de radio y televisión, por ejemplo: en el momento en que los señores que hablan por alguno de estos dos medios dicen que A está dominando a B, entonces, justo en ese momento viene el gol de B, como para callarles la boca a todos los que decían que estaban jugando con flojera. Yo quiero mucho a los narradores, porque los escucho desde pequeños y me han permitido conocer el fútbol desde la forma inteligente, despierta y moderna en que ellos lo ven y lo entienden. Ellos me han enseñado que el marcador más peligroso es el 2-0, que los técnicos nuevos nunca pierden, que la mejor ventaja dentro del área es el penal, que el fútbol es así, y que los partidos se terminan como terminan.
Admiro también su capacidad para renovar de manera permanente el idioma. De no ser por ellos el mundo todavía no habría descubierto el significado de la expresión “Pedro se tironeó” y menos la traducción de “Carlos pantaloneó a Ricardo”. Palabras como ‘off side’ serían exclusividad del elitista idioma inglés y términos como ‘carrilero’ y ‘extremo’.
Para terminar, el fútbol me parece también un deporte increíble, por lo bueno y…por todo. Increíble que rivales que desean ganarse y son capaces de romperse la tibia y el peroné con una patada asesina, se pasen la botella de agua para calmar la sed o se abracen y se pregunten por la última novia con la que se vieron en alguna taberna. Increíble que, en medio de la tensión sean capaces de entablar una conversación para desearse suerte en la próxima temporada o para contarse pequeñeces, cosas sin importancia como, por ejemplo, el resultado del partido que se juega en otro estadio y llegar a la conclusión que lo mejor es jugar a no jugar en el tiempo que falta para que los dos equipos vayan al Mundial.
Tengo una deuda enorme e impagable con este deporte que me ha regalado tardes de inmensa alegría y noches de eterno sufrimiento. Por eso quiero que haya fútbol todos los días, en la mañana y en la tarde y de ser posible también en la noche. Todos sabemos que no hay nada más insoportable que una semana sin fútbol, sin pases al vacío, sin pelotas filtradas detrás de la línea de cuatro, sin renuncia de directores técnicos y sin la presencia en la pantalla de gladiadores empecinados en correr detrás de un esquivo balón cuyo poder de seducción sólo se puede comparar con la histeria colectiva que se genera cuando ese popular objeto atraviesa la última raya de la cancha a través de la portería rival.
Que viva el fútbol, el deporte de las multitudes, el de los narradores detallistas, el de los jugadores que dan lecciones de conciliación en la cancha, el de los árbitros que casi siempre ven mejor que las 24 cámaras de la transmisión televisiva, el de los equipos que juegan como nunca y pierden como siempre, el de los equipos que ganan 3-2 después de ir perdiendo 2-0, el de los cambios de camisetas.
Que viva el deporte de las sonrisas y las lágrimas. Pase lo que pase en un partido de fútbol, no se asombre, todo eso y mucho más cabe en una sola frase de cuatro palabras. “El fútbol es así”.