Esta semana, mi padre Jesús Solano García cumple 90 años. Dedico estas letras a una persona que a través de su vida ha dejado un legado de disciplina, estudio y trabajo en los diferentes campos que se ha desempeñado, sin protagonismos, ni apegos. Además de ser el patriarca de su familia que lo considera un estandarte por su sentido de solidaridad y afecto.
Desde su juventud en Fonseca, su tierra natal, fue muy cercano a sus hermanos, especialmente al famoso ‘Mapo’, a mí querida tía Nora y a sus primos ‘Mundo’ Daza y Lamberto García; con grandes amigos como el ‘Bolo’ Corzo, el gran ‘Michelín’, Tobías Daza, Darío Tovar, Óscar Poa y Clodomiro Sandoval.
Atesoró vivencias y recuerdos, como aquellas parrandas memorables degustando un buen Old Parr al lado de Luis Enrique Martínez y Carlos Huertas, sus músicos preferidos. Luego se marchó a la fría Bogotá a estudiar derecho en la Universidad Libre y consolidó una gran amistad con Donaldo Cuello, Gonzalo Urbina y Rafael Iguarán Mendoza, con quienes departía en tertulias, especialmente de política, su otra gran pasión, en la cual se destacó por su fluida e impecable oratoria.
Su ideología siempre ha sido liberal de izquierda con mucho sentido social, especialmente por su tierra, La Guajira, donde también se desempeñó como secretario de Educación y representante a la Cámara en los años 70; después aspiró al Senado, haciendo plancha con Eduardo Abuchaibe Ochoa, pero no le alcanzó, debido a la siniestra empresa de compra de votos que ya comenzaba a enraizarse en la región, tomada por la corrupción, a manos de mafias que aún se mantienen y que la tienen sumida en una profunda crisis de liderazgo.
Seguidor de Jorge Eliécer Gaitán, con quien compartía ese ideario liberal que pudo transformar, pero que la violencia le arrebató a Colombia; luego, trabó una buena amistad con el expresidente Belisario Betancourt, a ambos los unía el amor por la poesía de Pablo Neruda y Jorge Luis Borges.
En los años 80, conoció a Rodrigo Lara Bonilla y a Luis Carlos Galán, a quienes llevó a La Guajira para que conocieran de primera mano la situación del Departamento, inició especialmente con Galán una entrañable relación, con él sentó las bases del Nuevo Liberalismo en la región, con la idea de un verdadero cambio para el país, pero tristemente fue asesinado en 1989 y esto empujó a mi padre a retirarse de la política, no se equivocó; desafortunadamente, la política en Colombia parece estar reservada para arribistas y bandidos.
Fue también columnista del Diario El Espectador en los años 80, dejando con su pluma una huella de conocimiento y compromiso ciudadano. En Valledupar ejerció con honor y honestidad el derecho, sin pretensiones y con estricto apego a la ley, asumió grandes casos que le brindaron el reconocimiento como el abogado de las grandes audiencias, pero también ayudó a mucha gente que solicitaba su servicio, sin ninguna retribución económica. En esta ciudad vivió por más de 50 años y dejó amigos como Jorge Saade, Julio Villazón Baquero, José Romero Churio, Rodrigo López Barros, José Antonio Murgas, Rigoberto Olivella y Alejandro Araque, entre otros.
Su afición por el ejercicio lo involucró en el grupo de Los Caminantes a Hurtado, del que también hacían parte Gustavo Gnecco Oñate, ‘Ponchó’ Ustáriz y Calixto Anaya, otros de sus apreciados amigos.
Un guajiro con gran sentido de fraternidad y aprecio, que de a poco, se le han ido compañeros incondicionales de los que no se olvida como: René Parodi, Rogelio Ayala, Aristides López, Yin Daza, Leonelo Sierra y Amílkar Gómez, entre otros. Aunque, sin temor a equivocarme, su mejor faceta es la de lector, con una extensa biblioteca, un devorador de libros de historia, literatura, derecho y poesía, escoger sus títulos preferidos fue algo muy difícil, pero en ‘El Quijote’, de Cervantes; ‘La divina comedia’, de Dante; ‘Cien años de soledad’, de García Márquez; y La Biblia; además de las biografías de Nelson Mandela, Fidel Castro, Adolf Hitler y Jhon F. Kenedy, están sus mayores afectos literarios.
De mi papá recuerdo con gran nostalgia, cuando de niño me enseñó a nadar, tirándome de las piedras altas de Hurtado para que perdiera el miedo; sin darse cuenta, fue su mayor enseñanza, no tenerle miedo a nada, ni a nadie, los miedos te paralizan y no te dejan ser libre.
También recuerdo aquellos viajes a La Guajira, que iniciaban en Fonseca visitando a mi abuela ‘Tota’ y seguían, las travesías por el Cabo de la Vela, Puerto Estrella, Nazaret y La Flor de La Guajira, en la radiante y espléndida Alta Guajira, destinos que marcaron mi vida y tiempo después, inspiraron el inicio de mi primera novela, ‘La maldición de Fiorella Moratti’.
En mi mente han quedado sus procederes honestos y su dignidad a
toda prueba, no ser áulico de nadie se lo aprendí a él, tal vez por eso, ha sido para mí una obligación.
Hoy desde la lejana Italia le deseo un feliz cumpleaños, deseándole que siga tan activo leyendo, nadando y caminando, en Santa Marta, donde actualmente reside. 90 años con aciertos y equivocaciones, pero bien vividos, ahora se dispone a seguirle los pasos a su cuñada Zunilda Acosta y a ‘Goyo’ Marulanda, quienes ya pasan de los 100 años.
Siempre le escuché decir que su voluntad es que sus cenizas sean arrojadas al mar, en Camarones, La Guajira, tierra de sus ancestros. Con esta columna terminada, me entero de una noticia que me rompe el corazón en mil pedazos, el fallecimiento de Nora Solano, mi tía querida, quien hubiese celebrado este escrito con la candidez y espontaneidad que siempre la caracterizaron. Paz en su tumba.