‘Canta conmigo’ es, en mi modesto concepto, la obra cumbre de Hernando Marín Lacouture, uno de los connotados integrantes de la tripleta de juglares de la música vernácula, que tuvo en el legendario Francisco El hombre su precursor, integrada por él, Carlos Huertas, el cantor de Fonseca y Leandro Díaz, el Homero de la Provincia.
Esa canción empezó a sonar en mayo de 1990 en la incomparable voz del Cacique de La Junta Diomedes Díaz y el prodigioso digitador del acordeón el inolvidable Juancho Rois.
Hace ya 20 años (¡!) que pereció víctima de un aparatoso accidente que le segó la vida y fue llevado por una abigarrada multitud hasta su última morada a los acordes de esta canción, entonada, entre lágrimas y sollozos, por parte de una multitud compungida y consternada. De esta manera se le dio cumplimiento a la que fue su última voluntad.
Esta canción es una verdadera Oda a la paz, la misma que entonces como hoy añora el pueblo colombiano. En ella dijo ser el mensajero que quería “traer de La guajira el sentimiento de las montañas guerrilleras un son de paz. Quiero traer para el amor el pecho abierto y mi garganta dispuesta para cantar”.
Parece que fue ayer, cuando partió para siempre este prolífico canta-autor del vallenato clásico, con más de 100 canciones grabadas. Y, como si fuera una premonición de su temprana cita con Dios, en esa misma canción se inspiró para decir bellamente: “yo quiero que el mundo sea más pequeño y estar cerquita del cielo para jugar con el sol. Quiero juntar el cielo y la tierra, llanuras y cordilleras y unir las aguas de Dios”… y en esta tarea está.
Hernando Marín se coronó Rey de la Canción Inédita en el Festival Vallenato de 1992 con una composición dedicada a la cuna del mismo, ‘Valledupar del alma’. No alcanzó él a enterarse que gracias a aportes como el suyo Poncho y Emiliano, los Hermanos Zuleta se hicieron acreedores al primer Grammy Vallenato en 2006; tampoco pudo celebrar el reconocimiento al Vallenato por parte de la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en 2015 y dos años después, en 2017, cuando se puso el liqui liqui, con el que nuestro laureado Nobel de la literatura Gabriel García Márquez recibió el premio en Estocolmo, para entrar por la puerta grande al Diccionario de la Real Academia Española (RAE).
No perdía ocasión Nando Marín para hacer alarde y ufanarse del pueblo que lo vio nacer, El Tablazo, el 1º de septiembre de 1946. Muchas de sus composiciones, como ‘Sanjuanerita’, ‘Villanueva mía’, en homenaje a su Festival, se convirtieron en verdaderos éxitos.
Otras, canciones protesta como ‘La ley del embudo’, ‘Los maestros’ y ‘La dama guajira’, en himnos de protesta; otras, enternecedoras, como ‘Mis muchachitas’, en las que desplegó su amor y su afecto por los suyos. Y cómo no recordar ‘La bola de fuego’, en cuya letra el diablo hace de las suyas, la misma que le causó no pocos disgustos y contratiempo con los personajes aludidos.
También, aquellas que, como ‘La guaireñita’, de marcado acento terrígeno, muy seguramente evocando sus andanzas y pilatunas, en una de las cuales la suela de la guaireña (ver mi Lexicón de guajirismos) que calzaba le dio una mala pasada y lo delató por estarse banqueteando (ver mi Lexicón de guajirismos) “una tarde donde Luisa”.
Nando Marín fue en vida un parrandero empedernido, no recuerdo haberlo visto nunca sin su infaltable guitarra y él, al igual que el célebre acordeonero Monche Brito, cuando se disponía a interpretar sus canciones, siempre intercaladas por su narrativa sobre el origen y contexto de sus composiciones, no lo paraba nadie. Eso se lo han heredado varios de sus hijos, cultores ellos también de la música vallenata y albaceas de su obra inmensa y perdurable, destacándose entre ellos Déimer Jacinto y Hernando José.
Y, cómo no recordar, cómo hecho anecdótico, cuando coincidimos con él, el finado ex magistrado del Tribunal Superior de Riohacha, Ronaldo Redondo y Elías del Toro, en una de sus acostumbradas y amenas tertulias folklóricas, le compartí mi obra Glosas al contrato de El Cerrejón en 1981 y al leer apartes de la misma me dijo “yo acabo de componer una canción que habla de lo mismo”. Pues, tomó la guitarra e interpretó La dama guajira.
Yo, que estaba por publicar mi obra, le pedí la letra para que esta sirviera de Prólogo a la misma; él estuvo de acuerdo, pero me pidió que se la dejara pulir, pero la editora no esperaba más. Su canción estuvo a punto y fue grabada sólo un año después, constatando que así como Gabo dijo que Cien años de soledad era un vallenato de 350 páginas, yo podría decir, que Glosas al contrato de El Cerrejón es la misma Dama guajira en 150 páginas!
Como dijo Leandro Díaz en su Diosa Coronada, “en adelanto van estos lugares” de La dama guajira, fruto de la inspiración de Nando Marín: “esta es mi guajira engalanada que por años fue olvidada, viene un heredero a reclamarla, porque tiene plata, porque ahora sí vale. Mi guajira bella, mi guajira grande”.
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