Por muchas causas se lucha, hasta la vida darían muchos por una causa; ninguna guerra es buena ni el conflicto que vienen creando el ELN, el Clan del Golfo o las disidencias de las Farc en Colombia. Desde una perspectiva muy humana, la complejidad de la guerra y la psicología de las personas en las que no se pueden establecer únicamente dos bandos –buenos y malos–, pues hay víctimas de lado y lado, sin sabor a triunfo.
Hay causas nobles por las cuales muchos batallan, pero nunca habrá, ni la nuestra, ni la que está librando Rusia en contra de Ucrania, ni la de Israel y Palestina, ni la de Yemen, ni la de Afganistán, ni la de Pakistán, no han sido guerras buenas; son círculos viciosos que avanzan sin control en donde uno mata porque el otro lo quiere matar y la respuesta de muerte no se hace esperar
Muchos han conceptuado que el mundo está “en guerra” con el enemigo invisible que llegó sin avisar en el 2021; que es porque no se ha ido y es la pandemia del coronavirus, ha sido una guerra contra un enemigo desconocido e implacable en la que no puede haber ganadores ni perdedores, o ganan todos o todos perderemos. Algo importante que nos está enseñando la nueva pandemia es la necesidad de que todos tenemos que apuntar a donde se debe apuntar, como alguna vez lo dijo el presidente Ronald Reagan: que no era la solución, sino el problema que deja una guerra.
Ocurre, sin embargo, que muchos solo se acuerdan de Santo Tomás cuando truena: lo vimos y volvemos a verlo ahora con motivo de la indefensión que muestra el joven presidente de Ucrania frente a un monstruo o un Goliat como lo es Rusia ante ese pequeño país. Nunca se observan esfuerzos para no perjudicar a civiles inocentes que no participan en ataques; a veces, eso se hace, inclusive, incrementando el riesgo de la vida de los mismos soldados que también son humanos, que tienen una familia, para evitar que civiles paguen el precio, hay muchos casos de soldados que fueron muertos porque actuaron con compasión, con consideración, lo que demuestra que muchas veces no están preparados para la guerra.
En países donde existe la pena de muerte, en un juicio un juez puede decretar la muerte por la razón que sea: por infieles o por terroristas, por imperialistas o por extremistas, por tener la piel distinta o por llevar una bandera extraña, pero como alguna vez dijo Jorge Drexler en su obra ‘Milonga del moro judío’: “No hay muerto que no me duela, no hay un bando ganador, no hay nada más que dolor y una vida que se vuela. La guerra es muy mala escuela, no importa el disfraz que viste, perdonen que no me aliste bajo ninguna bandera”.
Para Rusia, hoy un amigo de la vecina República Bolivariana de Venezuela, la guerra es el asunto más importante para ellos; convierten terrenos de la vida y de la muerte, la vía que conduce a la supervivencia o a la aniquilación, esto no puede ser ignorado, nunca se sabe si en los cambios que da la luna los da Maduro también.
En el famoso libro ‘El arte de la guerra’, un maestro dijo: “Por lo general, en la guerra es preferible preservar un país que destruirlo, preservar un ejército que destruirlo, preservar un batallón que destruirlo, preservar una compañía que destruirla, preservar una brigada que destruirla. Por tanto, obtener cien victorias sobre cien combates no es lo mejor. Lo más deseable es someter al enemigo sin librar batalla con él”.
¿Colombia debe preocuparse por la guerra que inició Rusia contra Ucrania? Solo analicemos que Rusia es el principal soporte que mantiene en pie la dictadura de Nicolás Maduro, principal amenaza externa de Colombia. También apoya y sostiene políticamente a otros dos enemigos de Colombia: Cuba y Nicaragua, este último acusó a Colombia de ser un Estado criminal; se habla hasta de un batallón cibernético de asesoría rusa, en la frontera de Colombia con Venezuela.
Tradicionalmente las guerras civiles hispanoamericanas han significado un importante factor de inestabilidad política e inseguridad económica, a las que se les ha endilgado hasta la exageración, el atraso y el subdesarrollo nacional durante el siglo XIX, nunca es buena una guerra y nunca hay un ganador, por consiguiente, hay que transitar por los caminos de la diplomacia y ser cuidadosos con una personalidad tan volátil como lo es la del vecino.