Después de visitar mi pueblo Villanueva, donde utilicé los servicios de dos mototaxistas para dos visitas diferentes, luego fui a El Molino en ‘Carrito de pasajero’ y antes de irme a Valledupar fui a buscar a un peluquero que me motilara.
Lo que sé es que estas personas no se conocían, tienen en común, por lo que noté en nuestras conversaciones: una aversión a la corrupción, curiosamente, con sus difíciles historias de vida, dijeron que el país se ha hundido en un lodo de corrupción tan profundo que será muy difícil y llevará mucho tiempo que alguien o algún político honesto limpie todo el lodo.
Increíble, hablan de país y de sus pueblos. No mostraron rebeldía ni resignación con lo que actualmente hacen para sobrevivir. Pero mostraron mucha decepción con la parte de la población que, según dijeron, se deja engañar por las promesas electorales.
“Hay gente que piensa con el bolsillo, solo quiere tener dinero en el bolsillo”, dijo el mototaxista que me llevó a una visita en el barrio Cafetal, al mismo tiempo que se palmeaba el bolsillo de los jeans y agregó: “Hay gente que no está muy preocupada y no quiere ni saber de dónde sale el dinero, entonces no se preocupan si el político, si el empresario, si el juez es honesto o no, corrupto, o no, es porque por eso es que Colombia no cambia”.
De regreso, el segundo mototaxista me contaba que su mamá era propietaria de un pequeño restaurante en San Juan. Dijo que perdió su negocio a causa de los cierres durante la primera ola de la pandemia de Covid-19 y por decisiones de los tribunales laborales, que, como se quejó, se vio obligada a pagar salarios a pesar de que su restaurante no había estado funcionando en ese momento.
Ella era dueña del restaurante, bromeó, añadiendo las palabras “dueña + imbécil. Este mototaxi -golpeando al volante- no es mío, es alquilado”. Se desahogó y agregó que “en el país no hay libertad económica, la situación es difícil, la corrupción del poder tiene la culpa de todo, pero parece que ciertas personas son flojas mentalmente y no quieren percibir esta realidad”.
El tercer conductor fue un taxista para un viaje a El Molino. Allí vi cómo se conserva la cultura de los carachiles y cómo dicta la tradición moverse en el tiempo. Visité la colonial iglesia San Lucas, donde elevé unas oraciones por todos. El conductor tenía 40 años, llegó de Venezuela, pero es villanuevero. Para ganarse la vida en el Sur de La Guajira; por un tiempo se fue a trabajar de mesero en Valledupar y perdió su trabajo durante el confinamiento. El carro que conduce no es de él. Al final del día debe dar una tarifa fija al dueño.