La historia de la humanidad está llena de episodios y ejemplos de fijación humana por todo lo que simboliza lo que llegó a conceptualizarse como “dinero”, desde cuando los productos se intercambiaban en el trueque, continuó a través de los tiempos, en diferentes representaciones como medios de pago y otras formas de representación de valores, el dinero ha sido objeto de prejuicios y fuente de uniones y desencuentros, que ya le han valido consideraciones poco halagadoras, como “mal disociador”, subvirtiendo principios éticos y desconociendo escrúpulos sanitarios al considerar su manejo como posibles vehículos de contagio.
A los que dicen, quizás como consuelo, que el dinero no da la felicidad, pero ayuda, según los avaros, para otros, el dinero es fuente permanente de discordia, incluso dentro de las familias en disputas sucesorias, motivo de guerras entre los pueblos y distinción social y económica entre segmentos humanos a menudo se asocia tanto con la victoria como con la derrota y con muchas causas de vida o muerte.
Los estudiosos de las relaciones e influencias económico-financieras han concluido que el dinero, el sexo y el poder constituyen una trilogía involucrada en casi todos los movimientos sociales y políticos desde las primeras civilizaciones, ellos motivaron el comienzo, el ascenso, la altura, la decadencia y la caída de hombres y mujeres, familias y etnias, pueblos y naciones, hasta imperios.
Es imposible pensar en un período histórico que no estuviera motivado o al menos influido por uno o todos estos elementos de esta tríada. Está en todas las formas de prácticas ilegales, entre las cuales la corrupción es la más evidente, con frecuentes disputas entre grupos criminales, debido a la inconformidad a la hora de dividir el producto de las acciones delictivas, sin que prácticamente nadie disfrute de sus eventuales beneficios, ni siquiera en la supervivencia humana. El oro circula porque tiene valor, pero el papel moneda tiene valor porque circula, el dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo. La falta de dinero es la raíz de todo mal, el dinero no es nada, pero mucho dinero, eso ya es otra cosa.
A los que creen que el dinero compra y decide todo, el poeta portugués Fernando Pessoa respondió que “compras un mausoleo, pero no compras un lugar en el cielo”. Alejandro Magno, quien gobernó sobre 24 territorios del planeta, determinó que su ataúd fuera llevado por los médicos de la época, para demostrar que no tenían el poder de curar ante la muerte; que sus tesoros fueran esparcidos en el camino hasta su tumba para demostrar que los valores ganados aquí permanecen aquí y que sus manos deberían estar a la vista, mostrando que regresaban como vinieron: limpias.
Sin embargo, desde el siglo VII a. C., los eventos y acciones públicas y privadas siempre han tenido algún componente económico, en un “buscar dinero” en las formas y situaciones más insólitas. En Roma en los años 69 y 79 de la era cristiana, el emperador Vespasiano respondió a las protestas contra la carga y el mal olor de los baños públicos, oliendo una moneda de oro y exclamando que “pecunia non olet”, o el dinero no tiene olor, tampoco tiene ideología.
No hay mejor momento que el hoy, porque el mañana no sabemos, se puede comprar un libro, pero no el conocimiento, se puede comprar un reloj, pero no el tiempo, se puede comprar una cama, pero no el sueño.