La humanidad ha vivido basada en arquetipos machistas amparados en imaginarios sociales que normalizan las violencias asignando la culpa a las víctimas y justificando a quienes la ejercen. “Le pegó porque es jodona” “La violó porque es mostrona”.
Es preciso dejar de justificar actos violentos propios del machismo dominante; ninguna violencia es “piadosa” violencia es violencia. Diariamente vemos noticias que reportan casos, de hecho, para la OMS la violencia basada en género es una pandemia, niñas y mujeres son víctimas de violencias que buscan lapidar sus libertades y le exigen la más genuina resiliencia para enfrentarlas.
De este modo, las violencias machistas no pueden quedar solo en un tema mediático que con el paso del tiempo son reemplazadas por otra nueva dolorosa historia, casos como el de Dalila Peñaranda y Carmen Pérez en Barranquilla son la postal del caos social que padece la humanidad (humanidad que se deshumaniza) cada vez que considera como forma de relacionamiento el machismo, como los “emparrandados” que violaban todas las normas de convivencia y los protocolos propios de prevención de propagación del Covid; este caso ha despertado muchas opiniones, incluso las que dicen que la pediatra debió quedarse en su casa padeciendo la incomodidad de la parranda.
Si bien, Colombia es uno de los países con uno de los marcos jurídicos más amplios con leyes como la 1257 de 2008, que típica las violencias contra las mujeres estamos frente a una situación paradójica de impunidad y de poca conciencia social de formas equitativas, igualitarias y no violentas de relacionarnos; esto se puede confirmar en el video del caso en Barranquilla en el cual, se observa que ni la presencia de la autoridad policiva logró contener la furia de los agresores de las dos mujeres que solo querían disfrutar de su derecho al descanso, no hay detenidos en flagrancia y el mensaje a quienes ejercen violencia es que se le otorga licencia para seguir ejerciéndola.
De esta manera, el aprendizaje social que debe quedar es que comencemos a considerar la violencia machista como un problema público que no se limita a lo privado, lo que implica deconstruir imaginarios sociales y asumirla como una situación que requiere intervenciones institucionales que permitan orientar a soluciones cuando corresponda intervenir y accionen estrategias preventivas que logren mitigarla. Esto significa que se requiere el compromiso del Estado, en corresponsabilidad con la sociedad (ciudadanía, culturas). Así las cosas, el Estado además de sancionar, debe desarrollar políticas educativas y de promoción de los derechos que abarquen todas las esferas.
El problema de la violencia machista es tan delicado que en la actualidad diferentes organizaciones sociales del país están liderando la solicitud de emergencia nacional, es que la violencia contra las mujeres no puede volverse una postal frente a la cual, pasemos con asombro efímero, pues es asunto de Derechos Humanos, dado que una sociedad que ampara la violencia machista está condenada a la involución.
Por último, es importante mencionar que según el Observatorio de feminicidios de Colombia, en el 2020 con corte al mes de mayo, iban 188 feminicidios en el país, esta realidad debe generar compromisos contundentes que erradiquen la violencia en contra de las niñas y las mujeres. La violencia no es una estadística, cada víctima tiene rostro, derechos y nombres, hoy le decimos Dalila, mañana será María y así siguen las cifras, es momento de que la violencia se acabe y se acabará cuando todos y todas dejemos de ejercer el machismo como “regla social de convivencia”.