Es asertivo como profético decir, que los seres humanos tenemos dos cosas en común: todos hemos nacido y todos hemos de morir, pero a algunos la parca inexorable se les adelanta. Mensaje cristológico que las palabras bíblicas nos recuerdan: “Estad preparados porque no sabéis ni el día ni la hora que serás visitado”.
Hace apenas un año, porque el tiempo es infinito, cuando el astro rey el miércoles 26 asomaba sus tenues rayos que iluminaban el firmamento de una apacible mañana que contemplaba un horizonte de esperanzas; la comunidad riohachera en general y la familia Mendoza Arredondo en particular, fueron sorprendidas con la inesperada, infausta y dolorosa noticia que la doctora Ana Elizabeth había sufrido un accidente cuando se disponía a disfrutar de su cotidiano y apasionado deporte de la natación, falleciendo por broncoaspiración por un cuerpo extraño asociado a una inmersión en agua salada al lanzarse al inmenso mar Caribe. Paradojas de la vida, nacer y morir el mismo día.
Absortos, no podíamos entender cómo la muy reconocida mella Ana Elizabeth nos había abandonado a temprana edad en pleno vigor y esplendor de su vida dando de sí lo mejor como persona, eficiente profesional y emprendedora.
Nos compunge y entristece su partida súbita porque el tiempo que vivió entre nosotros no fue lo suficiente, pero como el tiempo es de Dios y es perfecto a Él agrada tenerla en su presencia a sabiendas que sus obras y bondades terrenales serán imperecederas, estarán siempre en la memoria colectiva. Mi querida sobrina cerró los ojos del cuerpo en este mundo, pero abrió los de su inmaculada alma ante el Todopoderoso para permanecer eternamente a su diestra para el gozo de la vida eterna, porque es más fuerte la fuerza celestial que la fuerza humana. Es un axioma, que Dios en su divina misericordia no ha hecho la muerte ni se complace destruyendo vidas.
Ana Elizabeth nació en una humilde hogar lleno de amor, de sólidos principios morales y valores como de reconocidas virtudes, integrado por su señor padre José Manuel Mendoza, mi primo de sangre, hermano de crianza y compadre en Cristo; y su señora madre Yolanda Esther Arredondo, mi querida cuñada, comadre y hermana en el Creador, siendo su hermana de vientre la doctora Ana Maritza, las que para sus pilatunas de adolescentes se comunicaban telepáticamente, la una se hacía pasar por la otra que confundían no solo por su gran parecido físico sino por sus nobles comportamientos. Si no fuese porque respeto y acato los conceptos profesionales de la medicina, aseguraría que las popularmente llamadas mellas Ana Elizabeth y Ana Maritza eran gemelas. Las dos tenían muchas similitudes coincidentes: nobleza, inteligencia, espontaneidad, carisma, emprendimiento, gestos personales casi que idénticos, empoderamiento y radiante destello de alegría; por lo que me atrevo a concluir, eran dos personas con un mismo espíritu verdadero. Ella desde el infinito celestial apoya y acompaña a su hermana mella en la tarea de servir a la sociedad y a continuar con el proyecto de vida que se habían trazado.
De esta misma feliz unión conyugal por más de medio siglo, nacieron: José Raúl, Rosmery, Yolanda Esther y Yacith José, todos profesionales en diferentes disciplinas. Familia de inquebrantable fe en Dios, fervientes creyentes cristianos y respetuosos de la doctrina social católica; virtudes que les han hecho posible soportar con fortaleza el profundo dolor de la consternada ausencia hace un año y los sobrevinientes de su hija, hermana, madre y esposa con estoicismo y resignación sin renegar de los designios divinos. Por supuesto con errores, pecados y equivocaciones como seres humanos, porque solo el Creador es infalible.
La mella Ana Elizabeth fue un rosario de perlas resilientes que, aunada a su fiel y noble esposo doctor Jorge Rodríguez Martínez, con sinergia consolidaron una empresa prestadora de éticos y eficientes servicios odontológicos y oftalmológicos con sensibilidad humana y social.
Ese miércoles 26 del año pasado, las puertas del cielo se abrieron de par en par para la entrada triunfal del alma pura de Ana Elizabeth que ascendió escoltada por una constelación de ángeles comandada por su devoto el arcángel San Miguel y acompañada por la bendita alma de su padre José Manuel Mendoza. Desde ese día comenzó a disfrutar del fulgor de la vida eterna.
Por mi humilde y digno conducto, la familia Mendoza Arredondo, hoy en cabeza de doña Yolanda Arredondo viuda de Mendoza, presenta sus más sinceros agradecimientos a todos ustedes, que gentilmente nos acompañan expresándonos manifestaciones de condolencias y solidaridad por el dolor que nos conmueve hace un año por la intempestiva ausencia de su hija, hermana, esposa, madre, familiar y amiga doctora Ana Elizabeth Mendoza Arredondo de Rodríguez.