Desde que la pandemia inició hemos recibido todo tipo de información, que en un año esto ya estaba resuelto, que los jóvenes no se contagiaban, que solo tenían riesgo de muerte quienes tenían enfermedades de base, estamos en tiempos de pandemia y postverdad, natural situación frente a un virus que parece estar jugando tiro al blanco con los ojos vendados sin escatimar a nadie, mujeres, hombres, famosos o desconocidos, a este “bicho” nadie lo ataja, se las arregla para entrar por donde sea.
Resulta que los jóvenes si se enferman, que los sanos se mueren, que después de un año esto ha alcanzado los picos más fatales, además que hay niños y niñas contagiados; el virus llegó a recordarnos que no solo el sistema político, financiero o de salud falla, sino que la soberbia disfrazada de “cultura” también está matando, nos ha quedado fácil señalar a los gobiernos (que no son perfectos, aclaro y que deberían hacer más) pero poco nos hemos dedicado a repensar nuestras acciones, vemos integraciones sociales, parrandas, celebraciones de cumpleaños, matrimonios y hasta lo que antes no celebraban ahora representa la excusa perfecta para aglutinarse y darle vía libre al Covid, esta paradoja es incomprensible pues nadie quiere asfixiarse y menos estar en una UCI lleno de cables y desesperanza, pero siempre hay un – pero -en la incoherencia humana, en esa soberbia que nos somete más que cualquier esclavitud perversa.
Te estás pasando covid, estás matando a gente tan valiosa, a personas con ganas de vivir y con sueños por cumplir o quizás no seas solo tú, sino la humanidad que no activa la empatía y la compasión, muchas personas han fallecido guardando los protocolos, pero tienen algún nieto, hijo o familiar que sigue saliendo y que se convierte en una bomba asintomática de contagio, ahí silencioso sin la menor alerta va contagiando a muchos y matando a aquellos que no tienen la fortuna de sobrevivir.
Hoy hablo desde la orilla de ser sobreviviente covid, porque realmente es esa la palabra – sobrevivientes, de un virus que todos creíamos que se quedaría lejos de nuestros territorios, pero llegó y cuando pensamos que se iría él nos dice que llegó para matar, ya no son las noticias de otros países, hoy son los fallecidos de Barranquilla, Valledupar, Riohacha, la sierra, la ranchería, el vecino, el alcalde, la enfermera, la estudiante de 20 años o el profesional de 30, esto es el paisaje nefasto del covid que después de un año no da muestras de querer irse, menos si continúan las galleras, los sepelios masivos, las caravanas, las fiestas clandestinas y en general la soberbia humana, que incluye hasta aquellos que cumpliendo los requisitos para vacunarse se niegan a hacerlo.
Es momento de aferrarnos a la vida, desde el amor propio y colectivo, desde revisarnos respecto a nuestras acciones y como estas impactan el entorno, porque les confieso que el día que di positivo a covid me atormentaba pensar a cuantos había contagiado, quería proteger a todos del peligro que yo representaba, eso contrasta con personas que entre risas dicen “yo como que tuve covid” pero nunca se aislaron. Te estás pasando covid, claro que te estás pasando y te ayuda la soberbia humana que quiere amparar todo en “la pandemia es un invento” no debemos esperar a que se muera un ser querido para asumir responsabilidades y resistir esta – plaga – que no nos puede acabar, cuando hay tanto por hacer.