Mucha gente, al pasar la barrera del medio siglo de vida, pareciera acentuar la nostalgia y la melancolía por los tiempos pasados. Magnifican y romantizan exageradamente sus recuerdos, especialmente los de la niñez. Yo, que tengo de poeta, lo mismo que de astronauta, me la paso en un interminable debate con mis contertulios, que son, casi todos, mayores de 60 años; es una eterna discusión sobre que los tiempos pasados, dicen ellos, fueron mucho mejor que los actuales, algo que no he compartido, no comparto y no compartiré jamás.
Para mí, no hay mejor época que la actual, que el presente que estamos viviendo. Y es que yo no cambio la comodidad que se vive hoy, con las penurias que se vivían hace años, es más, con toda la inseguridad que hoy se ve en todos lados, pienso, que hoy día se vive en más paz, con mayor tranquilidad que hace 30 o 40 años.
Obviamente, no pretendo que todos compartan mi opinión, ¡ni más faltaba! Por ejemplo, hubo un tiempo en que en toda La Guajira, era común y parte del paisaje, ver a casi todos los hombres mayores de edad, con un arma en el cinto y entre más visible fuese esta, parecía dar mayor estatus y mayor respeto a su portador.
Era raro hallar un pueblo en todo el departamento, donde no hubiese una o más guerras fratricidas entre familias, incluso, entre familias que compartían parientes entre sí. Afortunadamente, eso hace parte del pasado al que me refiero. Hoy, lo raro es ver a algún civil armado y prácticamente desaparecieron las enemistades a muerte entre familias.
Y si hablamos de las incomodidades pasadas, es más dramática la mejora en las condiciones de vida de todos los mayores y los niños de hoy. Algunos viejos están convencidos que muchos niños no están disfrutando su niñez, solo porque no los ven haciendo o jugando lo mismo que ellos hicieron o jugaron en su infancia. Ahí se equivocan, porque los niños de hoy, hacen lo que disfrutan, lo que les parece placentero, aunque en nada se parezca a lo que vivieron sus padres o abuelos.
Es posible que mi opinión esté marcada por la infancia que me tocó vivir, cuando para ver televisión, nos tocaba invadir la única casa que tenía televisor en un kilómetro a la redonda y llegábamos donde ese vecino, casi que rezando para que ese día estuviese de buen humor.
Muchos de mis amigos añoran sus épocas de niños, pero ninguno parece dispuesto a vender la nevera y comprar un par de tinajas, pregúntenles a sus señoras si están de acuerdo en suspender el servicio de gas y cocinar con leña, mucho menos parecen dispuestos a derrumbar sus baños y mandar a construir una letrina en el patio de la casa.
Recuerdo las montañas de ropa que debían lavar a mano y a manduco tendido nuestras abuelas, nuestra mamá, y hoy pienso que eso era inhumano, casi criminal.
En Los Zanjones (finca de mi abuela) peleábamos por tomar espuma de leche, recién ordeñada, en el mismísimo corral, ignorando que ese también era un atentado a la salud de cualquier organismo.
No, yo me quedo con los avances de hoy y los inventos que nos cambiaron la vida.