Se acuerdan de George Floyd, el negro que el año pasado fue asesinado por un policía blanco en la ciudad de Minneapolis, hecho que conmovió al mundo que presenció cómo el oficial de policía presionaba con su pierna el cuello de la víctima y, está desesperada rogaba “no puedo respirar”, ¿se acuerdan?, menos de un año después se hizo justicia, un jurado acaba de declarar culpable de homicidio al expolicía Derek Chauvin, quien deberá pagar cárcel por el delito cometido. La muerte de Floyd causó indignación mundial y durante varios días las calles de varias ciudades de los Estados Unidos fueron escenario de fuertes enfrentamientos con la Policía.
A propósito del suceso escribí en este diario un artículo que titulé ‘Fue un Crimen Brutal’, analizando lo sucedido. Concluí que había sido un homicidio en razón a que Floyd ya había sido sometido por la Policía y no representaba peligro para nadie.
En los Estados Unidos la justicia es cosa seria, allá a diferencia de aquí, crímenes como este no quedan impunes, las investigaciones son exhaustivas, pero no duran décadas; un jurado popular emite el veredicto, el juez lo acata y aplica la ley al responsable. El sistema judicial americano es independiente, eficiente y castiga al culpable.
Esta sentencia marca un precedente en Estados Unidos rompiendo el paradigma de creer que la Policía siempre actúa bien, que sus actos se justifican así sea para matar a una persona dominada por la fuerza, sea delincuente o sospechoso. En adelante la Policía deberá ser más responsable y medir las consecuencias de sus actos, pues no todo le está permitido con el uso legítimo de la fuerza.
La sentencia contra Chauvin no va a acabar el racismo en esa sociedad, pero envía un mensaje de justicia que debe traducirse en el respecto a la vida como derecho universal, por parte de las autoridades de policía, entendiendo que el ejercicio de su función y el empleo de la fuerza tiene límites: la vida, que una cosa es el uso de la fuerza legítima para someter a una persona que representa un peligro, y otra, matar a alguien que ya ha sido dominado por la fuerza, como Floyd que se encontraba esposado, contra el suelo y clamando por su vida, esto es un homicidio.
En la facultad de Derecho me enseñaron el respeto por la vida, mi profesor de derecho penal me inculcó que aún el más peligroso criminal tiene derechos, y mi formación académica refleja mi pensamiento provida; respeto este derecho como el primero y fuente de todos los demás derechos humanos, con lo cual no estoy de acuerdo con la pena de muerte institucional, porque considero que el Estado no está para matar al hombre sino para proteger a la sociedad, tampoco – por supuesto – con la pena de muerte de hecho, causada por el exceso de la fuerza o el abuso de poder.
En los Estados Unidos, cuna de los derechos y libertades del hombre, es inadmisible la muerte de un ciudadano en las circunstancias como las de Floyd. Por suerte la sed de venganza de la comunidad fue aplacada con una sentencia justa, como debe ser en una sociedad civilizada, aplicada por un sistema judicial que interpreta y aplica la Constitución para defender los derechos y libertades, lo que hace de esta nación una gran democracia; en este caso, la justicia no toleró el abuso de poder cometido por el Estado, a través de sus agentes, contra un ciudadano inerme.
Habrá quien por intolerancia o ignorancia seguirá discriminando al hombre por su color de piel, justificando el atropello contra negros. Es que eso del racismo brother – como dice Rubén Blades – no está en ná, y aquí no se trata de negros o blancos, la justicia debe ser igual para todos y si a cada cual le da lo que merece. Se hizo justicia.